Anécdotas, parábolas, cuentos y reflexiones sobre valores

Todas las Historias


  1. La culpa es de la vaca
  2. Retrato de un perseverante
  3. Fijar metas altas
  4. Asamblea en la carpintería
  5. Los cien días del plebeyo
  6. Copos de nieve
  7. El árbol de manzanas
  8. El e-mail
  9. El juicio
  10. El problema
  11. El televisor
  12. La pregunta más importante
  13. La felicidad es el camino
  14. La ranita sorda
  15. La gente que me gusta
  16. El águila que nunca fue
  17. Las metas
  18. Fortunas del campo
  19. Las diferencias
  20. El cometa Halley
  21. Tanto para aprender
  22. Auxilio en la lluvia
  23. Recuerda a quienes sirves
  24. Los obstáculos en nuestro camino
  25. Matar la creatividad
  26. Dar y perder la vida
  27. Método para achicar la soberbia
  28. El coleccionista de insultos
  29. Los dos halcones
  30. Las tres rejas
  31. La casa imperfecta
  32. El violín de Paganini
  33. Lo tuyo y lo mío
  34. El perrito cojo
  35. El árbol de los problemas
  36. Ascender por resultados
  37. La parábola del caballo
  38. Empuja la vaquita
  39. El regalo furtivo
  40. Veremos
  41. Los tres hermanos
  42. El eco
  43. Sembrar futuro
  44. Quemar las naves
  45. La carreta vacía
  46. La felicidad escondida
  47. La paz perfecta
  48. Imaginar soluciones
  49. Mi mejor amigo
  50. La señora Thompson
  51. Cualquier parecido
  52. El mejor obsequio
  53. El helado de vainilla
  54. Las cicatrices de los clavos
  55. El soldado amigo
  56. La renovación del águila
  57. Mirar los obstáculos
  58. El círculo del odio
  59. Huellas en el corazón
  60. El elefante sumiso
  61. Amor.exe
  62. Armar el mundo
  63. La perfección de Dios
  64. Todos somos águilas
  65. El anca de un caballo romano
  66. Aprendí y decidí
  67. La marioneta
  68. La mariposa perdida
  69. ¿Quién me necesita?
  70. El gusanito
  71. Ganadores y perdedores
  72. Zanahorias, huevos y café
  73. Sólo con el tiempo
  74. El círculo del noventa y nueve
  75. Dar para recibir
  76. El peso del rencor
  77. El mensaje del anillo
  78. Pesimista y optimista
  79. Las cuentas de la vida
  80. Lo que nos aporta el Japón
  81. Lista breve
  82. Cómo aprovechar mejor esta lectura
  83. Contrato de acción

La culpa es de la vaca

Este texto, cuyo resumen fue publicado originalmente por el profesor Fernando Cepeda en su columna habitual de El Tiempo, es una excelente demostración de una conducta muy nuestra relacionada con la ramificación de la culpa. Se estaba promoviendo la exportación de artículos colombianos de cuero a Estados Unidos, y un investigador de la firma Monitor decidió entrevistar a los representantes de dos mil almacenes en Colombia. La conclusión de la encuesta fue determinante: los precios de tales productos son altos, y la calidad muy baja.
El investigador se dirigió entonces a los fabricantes para preguntarles sobre esta conclusión. Recibió esta respuesta: no es culpa nuestra; las curtiembres tienen una tarifa arancelaria de protección de quince por ciento para impedir la entrada de cueros argentinos.
A continuación, le preguntó a los propietarios de las curtiembres, y ellos contestaron: no es culpa nuestra; el problema radica en los mataderos, porque sacan cueros de mala calidad. Como la venta de carne les reporta mayores ganancias con menor esfuerzo, los cueros les importan muy poco.
Entonces el investigador, armado de toda su paciencia, se fue a un matadero. Allí le dijeron: no es culpa nuestra; el problema es que los ganaderos gastan muy poco en venenos contra las garrapatas y además marcan por todas partes a las reses para evitar que se las roben, prácticas que destruyen los cueros.
Finalmente, el investigador decidió visitar a los ganaderos. Ellos también dijeron: no es culpa nuestra; esas estúpidas vacas se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras.

La conclusión del consultor extranjero fue muy simple: los productores colombianos de carteras de cuero no pueden competir en el mercado de Estados Unidos ¡porque sus vacas son estúpidas!
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* Michael Fairbanks, “Cultural Matters: How Values Shape Human Progress”, en Lawrence E. Harrison y Samuel P. Huntington (eds.), Changing the Mind of a Nation. Elements in a Process for Creating Prosperity. Nueva York, Basic Books, 2000, pp. 268-281. Contribución personal de Fernando Cepeda Ulloa.

Retrato de un perseverante

La historia dice que este hombre fracasó en los negocios y cayó en bancarrota en 1831. Fue derrotado para la Legislatura de 1832. Su prometida murió en 1835. Sufrió un colapso nervioso en 1836. Fue vencido en las elecciones de 1836 y en las parlamentarias de 1843, 1846, 1848 y 1855. No tuvo éxito en su aspiración a la Vicepresidencia en 1856, y en 1858 fue derrotado en las elecciones para el Senado. Este hombre obstinado fue Abraham Lincoln, elegido presidente de Estados Unidos en 1860.

La lección es muy sencilla: sólo se fracasa cuando se deja de intentar.

Fijar metas altas

Un maestro quería enseñarles una lección especial a sus alumnos, y para ello les dio la oportunidad de escoger entre tres exámenes: uno de cincuenta preguntas, uno de cuarenta y uno de treinta. A los que escogieron el de treinta les puso una “C”, sin importar que hubieran contestado correctamente todas las preguntas. A los que escogieron el de cuarenta les puso una “B”, aun cuando más de la mitad de las respuestas estuviera mal. Y a los que escogieron el de cincuenta les puso una “A”, aunque se hubieran equivocado en casi todas.Como los estudiantes no entendían nada, el maestro les explicó: Queridos alumnos: permítanme decirles que yo no estaba examinando sus conocimientos, sino su voluntad de apuntar a lo alto.

Cuando apuntamos a lo alto, estamos más cerca de nuestros sueños que si nos conformamos con pequeños objetivos.
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Contribución de Maythem Saltos Haón, Club Rotarac Guayaquil Occidente, distrito 4400. Ecuador, 8 de septiembre de 2000.

Asamblea en la carpintería

Hubo en la carpintería una extraña asamblea; las herramientas se reunieron para arreglar sus diferencias. El martillo fue el primero en ejercer la presidencia, pero la asamblea le notificó que debía renunciar. ¿La causa? Hacía demasiado ruido, y se pasaba el tiempo golpeando.El martillo reconoció su culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo: había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
El tornillo aceptó su retiro, pero a su vez pidió la expulsión de la lija: era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.
La lija estuvo de acuerdo, con la condición de que fuera expulsado el metro, pues se la pasaba midiendo a los demás, como si el fuera perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizando alternativamente el martillo, la lija, el metro y el tornillo.
Al final, el trozo de madera se había convertido en un lindo mueble.
Cuando la carpintería quedó sola otra vez, la asamblea reanudó la deliberación. Dijo el serrucho:
Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestras flaquezas, y concentrémonos en nuestras virtudes.
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba solidez, la lija limaba asperezas y el metro era preciso y exacto. Se sintieron como un equipo capaz de producir hermosos muebles, y sus diferencias pasaron a segundo plano.

Cuando el personal de un equipo de trabajo suele buscar defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, florecen los mejores logros . Es fácil encontrar defectos —cualquier necio puede hacerlo—, pero encontrar cualidades es una labor para los espíritus superiores que son capaces de inspirar el éxito de los demás.

Los cien días del plebeyo

Una bella princesa estaba buscando consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos... Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riquezas que el amor y la perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:—Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Esa será mi dote.
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:
—Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba, me desposarás.
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento.
De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.
Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar donde había permanecido cien días.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:
—¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?.
Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja:
—La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor.

Cuando estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos como prueba de afecto o lealtad, incluso a riesgo de perder nuestra dignidad, merecemos al menos una palabra de comprensión o estímulo. Las personas tienen que hacerse merecedoras del amor que se les ofrece.
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Walter Riso, ¿Amar o depender? Contribución de Ricardo Cruz Gómez, Tampico, México.

Copos de nieve

Dos pájaros estaban posados sobre una rama durante una nevada, y se pusieron a conversar:—Dime, ¿cuánto pesa un copo de nieve? — le preguntó el pájaro carbonero a la paloma salvaje.
—Casi nada —fue la respuesta.
—En tal caso, antes de irme déjame contarte una maravillosa historia —replicó el carbonero. Al empezar este invierno me posé sobre la rama de un abeto. No era un duro invierno, y como no tenía otra cosa que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando en las ramitas y en las hojas de mi tallo. Su número exacto fue 3.741.952. Cuando el último copo de nieve se depositó sobre la rama, sin que nada pasara, esta se partió —dijo el pájaro, y se alejó volando.
La paloma estuvo reflexionando un rato sobre esa historia y por fin se dijo:
Quizá sólo haga falta la voz de una persona más para que la paz llegue al mundo.

Esta narración de Joseph Jarowski nos sirve para reflexionar sobre el hecho de que el dirigente se compone de una gama de valores y conductas que se acumulan e integran en un todo denominado liderazgo hacia el servicio.
El relato es también conveniente para señalar que todos podemos, de una manera u otra, construir poco a poco y simultáneamente un liderazgo hacia la paz. Todos los copos suman: los proyectos sociales, los foros sobre la convivencia, el ya no más, las diversas acciones tendientes a promover la tolerancia y el desarme de los espíritus, los talleres de solidaridad, las acciones cívicas, las ONGs en lucha por los derechos humanos...
Bajo esta nueva perspectiva, sincronizar los anhelos con los medios y las acciones para la paz es crear una sinergia de innegable impacto en la vida del país.
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Joseph Jarowski, Sincronicidad. El camino interior hacia el liderazgo. Barcelona, Paidós-Plural, 1999.

El árbol de manzanas

Este era un enorme árbol de manzanas al cual un niño amaba mucho. Todos los días jugaba a su alrededor, trepaba hasta el tope, comía sus frutos y tomaba la siesta bajo su sombra. El árbol también lo quería mucho.Pasó el tiempo, el niño creció y no volvió a jugar alrededor del árbol. Un día regresó y escuchó que este le decía con cierta tristeza:
—¿Vienes a jugar conmigo?
Pero el muchacho contestó:
—Ya no soy el niño de antes que juega alrededor de los árboles. Ahora quiero tener juguetes, y necesito dinero para comprarlos.
—Lo siento —dijo el árbol—. No tengo dinero, pero te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas; así podrás comprar tus juguetes.
El muchacho tomó las manzanas, obtuvo el dinero y se sintió feliz. También el árbol fue feliz, pero el muchacho no volvió. Tiempo después, cuando regresó, el árbol le preguntó:
—¿Vienes a jugar conmigo?
—No tengo tiempo para jugar; debo trabajar para mi familia y necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?
—Lo siento —repuso el árbol—. No tengo una casa, pero puedes cortar mis ramas y construir tu casa.
El hombre cortó todas las ramas del árbol, que se sintió feliz, y no volvió. Cierto día de un cálido verano, regresó. El árbol estaba encantado.
—¿Vienes a jugar conmigo? —le preguntó.
—Me siento triste, estoy volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar, ¿puedes dármelo?
El árbol contestó:
—Usa mi tronco para construir uno; así podrás navegar y serás feliz.
El hombre cortó el tronco, construyó su bote y se fue a navegar por un largo tiempo. Regresó después de muchos años y el árbol le dijo:
—Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas.
El hombre replicó:
—No tengo dientes para morder ni fuerzas para escalar, ya estoy viejo.
Entonces el árbol, llorando, le dijo:
—Realmente no puedo darte nada. Lo único que me queda son mis raíces muertas.
Y el hombre contestó:
—No necesito mucho ahora, sólo un lugar para reposar. Estoy cansado después de tantos años...
—Bueno —dijo el árbol—, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa.
El hombre se sentó junto al árbol y este, alegre y risueño, dejó caer algunas lágrimas.

Esta es la historia de cada uno de nosotros: el árbol son nuestros padres. De niños, los amamos y jugamos con ellos. Cuando crecemos los dejamos solos; regresamos a ellos cuando los necesitamos, o cuando estamos en problemas. No importa lo que sea, siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Usted puede pensar que el muchacho es cruel con el árbol, pero ¿no es así como tratamos a veces a nuestros padres.
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Contribución de Andrés Bernal, Lima. Sin embargo, Christian Franco (lector de este sitio) afirma que esta historia fue escrita por Shel Silverstein y publicada en Octubre 7, 1964 bajo el nombre de "The Giving Tree."

El e-mail

Un hombre pierde su trabajo. Luego de buscar varios meses, se entera de que en Microsoft necesitan barrenderos. El gerente de relaciones industriales le pregunta sus datos, lo observa barrer, lo felicita y le dice: El puesto es suyo. Deme su e-mail, para informarle el día y la hora en que deberá presentarse.El hombre, desconsolado, contesta que no tiene e-mail, y el gerente de relaciones industriales le dice que lo lamenta mucho pero que si no tiene e-mail, virtualmente no existe, y que, como no existe, no le puede dar el trabajo.
El hombre sale desesperado, no sabe qué hacer y sólo tiene $250 en el bolsillo. Entonces decide ir al mercado de abastecimiento de frutas y verduras y compra un cajón de tomates de 10 kg. Se va de casa en casa vendiendo el kilo de tomates a $5. En menos de dos horas ha duplicado su dinero; repite la operación otras tres veces, cena en un pequeño restaurante y vuelve a casa con $150.
Se da cuenta de que de esa forma puede sobrevivir, y cada día sale más temprano y vuelve más tarde. Así duplica, triplica y hasta cuadriplica el dinero en un solo día. Con un poco de suerte logra comprar una camioneta, que un año después cambia por un camión; a los tres años, ya tiene una pequeña flota de transporte.
Luego de cinco años, el buen hombre es dueño de una de las principales distribuidoras de alimentos del país. Entonces recibe a un agente de seguros y, al terminar la conversación, este le pide al empresario que le dé su dirección electrónica para enviarle la póliza. El hombre contesta que no tiene e-mail, y el agente le dice:
—Si usted no tiene e-mail y llegó a construir este imperio, no quiero imaginarme lo que sería si lo tuviera.
Y el buen hombre replica:
Sería barrendero de Microsoft.

Moraleja 1. Internet no te soluciona la vida.
Moraleja 2. Si trabajas por tu cuenta y tienes suerte, puedes ser millonario.
Moraleja 3. Si quieres ser barrendero de Microsoft, es mejor tener e-mail.
Corolario. Si este mensaje te llega por e-mail, es muy probable que estés más cerca de ser barrendero de Microsoft que multimillonario.

El juicio

Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de asesinato. El culpable era una persona muy influyente del reino, y por eso desde el primer momento se procuró hallar un chivo expiatorio para encubrirlo.El hombre fue llevado a juicio y comprendió que tendría escasas oportunidades de escapar a la horca. El juez, aunque también estaba confabulado, se cuidó de mantener todas las apariencias de un juicio justo. Por eso le dijo al acusado:
Conociendo tu fama de hombre justo, voy a dejar tu suerte en manos de Dios: escribiré en dos papeles separados las palabras 'culpable' e 'inocente'. Tú escogerás, y será la Providencia la que decida tu destino.
Por supuesto, el perverso funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: Culpable. La víctima, aun sin conocer los detalles, se dio cuenta de que el sistema era una trampa. Cuando el juez lo conminó a tomar uno de los papeles, el hombre respiró profundamente y permaneció en silencio unos segundos con los ojos cerrados. Cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una sonrisa, tomó uno de los papeles, se lo metió a la boca y lo engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon.
—Pero, ¿qué ha hecho? ¿Ahora cómo diablos vamos a saber el veredicto?
—Es muy sencillo —replicó el hombre—. Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué.
Con refunfuños y una bronca muy mal disimulada, debieron liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo.

Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar la salida, ni de luchar hasta el último momento. En momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.
Albert Einstein

El problema

Un gran maestro y un guardián compartían la administración de un monasterio zen. Cierto día el guardián murió, y había que sustituirlo. El gran maestro reunió a todos sus discípulos para escoger a quien tendría ese honor. Voy a presentarles un problema —dijo—. Aquel que lo resuelva primero será el nuevo guardián del templo. Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: Este es el problema.Los discípulos contemplaban perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor... ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados. Después de algunos minutos, un alumno se levantó, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el vaso con determinación y lo tiró al suelo.
“Usted es el nuevo guardián —le dijo el gran maestro, y explicó—: Yo fui muy claro, les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes sean, los problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un vaso de porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades. Sólo existe una forma de lidiar con los problemas: atacarlos de frente. En esos momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto lleva consigo”.

Los problemas tienen un raro efecto sobre la mayoría de nosotros: nos gusta contemplarlos, analizarlos, darles vuelta, comentarlos... Sucede con frecuencia que comparamos nuestros problemas con los de los demás y decimos: “Su problema no es nada... ¡espere a que le cuente el mío!
Se ha dado en llamar “parálisis por análisis” a este proceso de contemplación e inacción. ¿Y la solución?

El televisor

Mientras oraba antes de acostarse, un niño pidió con devoción:“Señor, esta noche te pido algo especial: conviérteme en un televisor. Quisiera ocupar su lugar. Quisiera vivir lo que vive la tele de mi casa. Es decir, tener un cuarto especial para mí y reunir a todos los miembros de la familia a mi alrededor.
“Ser tomado en serio cuando hablo. Convertirme en el centro de atención y ser aquel al que todos quieren escuchar sin interrumpirlo ni cuestionarlo. Quisiera sentir el cuidado especial que recibe la tele cuando algo no funciona.
“Y tener la compañía de mi papá cuando llega a casa, aunque esté cansado del trabajo. Y que mi mamá me busque cuando esté sola y aburrida, en lugar de ignorarme. Y que mis hermanos se peleen por estar conmigo.
Y que pueda divertirlos a todos, aunque a veces no les diga nada. Quisiera vivir la sensación de que lo dejen todo por pasar unos momentos a mi lado.
Señor, no te pido mucho. Sólo vivir lo que vive cualquier televisor”.

La pregunta más importante

En cierta ocasión, durante mi segundo semestre en la escuela de enfermería, el profesor nos hizo un examen sorpresa. Leí rápidamente todas las preguntas, hasta llegar a la última: “¿Cómo se llama la mujer que limpia la escuela?”Seguramente era una broma. Yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Era alta, de cabello oscuro, unos 50 años, pero, ¿cómo iba a saber su nombre? Entregué el examen sin contestar la última pregunta.
Antes de que terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si esa pregunta contaría para la calificación. “Definitivamente —contestó. En sus carreras ustedes conocerán a muchas personas. Todas son importantes. Ellas merecen su atención y cuidado, aun si ustedes sólo les sonríen y dicen: ¡Hola!”
Nunca olvidé esa lección, y supe luego que su nombre era Dorothy. Todos somos importantes.

Este es un curso acelerado de relaciones humanas en el trabajo. A propósito, ¿ya se hizo la misma pregunta ?
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* Contribución de Sebastián Núñez y Lucía Posada, versión de Tché Souto. El tema ha sido mencionado por Gonzalo Gallo en un curso de administración.

La felicidad es el camino

Nos convencemos de que la vida será mejor después de cumplir los 18 años, después de casarnos, después de conseguir un mejor empleo, después de tener un hijo, después de tener otro...Entonces nos sentimos frustrados porque nuestros hijos no son lo suficientemente grandes, y pensamos que nos sentiremos felices cuando lo sean. Después nos lamentamos porque son adolescentes difíciles de tratar; ciertamente, nos sentiremos más felices cuando salgan de esa etapa.
Nos decimos que nuestra vida será completa cuando a nuestro(a) esposo(a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor carro o una mejor casa, cuando podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.
La verdad es que no hay mejor momento que este para ser felices. Si no es ahora, ¿cuándo?
Una de nuestras frases favoritas es de Alfred de Souza:
Por largo tiempo parecía para mí que la vida estaba a punto de comenzar, la vida de verdad. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar; entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta de que estos obstáculos eran mi vida.
Esta perspectiva nos ha ayudado a ver que no hay camino a la felicidad: la felicidad es el camino. Debemos atesorar cada momento, mucho más cuando lo compartimos con alguien especial, y recordar que el tiempo no espera a nadie.
No espere hasta terminar la escuela, hasta volver a la escuela, hasta bajar diez libras, hasta tener hijos, hasta que los hijos vayan a la escuela, hasta que se case, hasta que se divorcie, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que muera, para aprender que no hay mejor momento que este para ser feliz. La felicidad es un trayecto, no un destino.

Trabaja como si no necesitaras dinero, ama como si nunca te hubieran herido y baila como si nadie te estuviera viendo.

La ranita sorda

Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron en un pozo profundo. Las demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando vieron lo hondo que era, le dijeron a las caídas que, para efectos prácticos, debían darse por muertas. Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles.Finalmente, una de las ranas atendió a lo que las demás decían, se dio por vencida y murió. La otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La multitud le gritaba que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza, hasta que finalmente salió del hoyo. Las otras le preguntaron: "¿No escuchabas lo que te decíamos?" La ranita les explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el borde a esforzarse más y más para salir del hueco.

La palabra tiene poder de vida y de muerte. Una voz de aliento a alguien que se siente desanimado puede ayudarle a terminar el día, mientras que una palabra negativa puede acabar por destruirlo. Cualquiera puede decir palabras que roben a los demás el espíritu que les permite seguir la lucha en medio de tiempos difíciles. Tengamos cuidado con lo que decimos, pero sobre todo con lo que escuchamos.
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* Contribución anónima, vía Internet.

La gente que me gusta

Primero que todo me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, que sabe lo que hay que hacer y lo hace en menos tiempo del esperado.Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus actuaciones. La que no deja las soluciones al azar.
Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, que no pierde de vista que somos humanos y que podemos equivocarnos.
Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonados a las decisiones de su jefe.
Me gusta la gente de criterio. La que no traga entero. La que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó. Y la que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente: a estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente fiel y persistente que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideales se trata.
Me gusta la gente de garra, que entiende los obstáculos como un reto.
Me gusta la gente que trabaja por resultados.
Con gente como esta me comprometo a lo que sea, así no reciba retribución económica alguna.
Con haber tenido esa gente a mi lado, me doy por recompensado.
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* Revista Enkasa, de la empresa Enka de Colombia S.A. Medellín, febrero de 1996.

El águila que nunca fue

Un guerrero indio encontró un huevo de águila en el tope de una montaña, y lo puso junto con los huevos que iban a ser empollados por una gallina. Cuando el tiempo llegó, los pollitos salieron del cascarón, y el aguilucho también. Después de un tiempo, aprendió a cacarear al escarbar la tierra, a buscar lombrices y a subir a las ramas más bajas de los árboles, exactamente como todas las gallinas.Su vida transcurrió en la conciencia de que era una gallina. Un día, ya vieja, el águila estaba mirando hacia arriba y tuvo una visión magnífica. Un pájaro majestuoso volaba en el cielo abierto como si no necesitase hacer el más mínimo esfuerzo. Impresionada, se volvió hacia la gallina más próxima y le preguntó:
—¿Qué pájaro es aquel?
La gallina miró hacia arriba y respondió:
—¡Ah! Es el águila dorada, reina de los cielos. Pero no pienses en ella: tú y yo somos de aquí abajo.
El águila no miró hacia arriba nunca más y murió en la conciencia de que era una gallina, pues así había sido tratada siempre.

¿Qué tal si trata de descubrir su águila interior?
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* Contribución de Daniel Molina, de Rotolatinos, 11 de noviembre de 2001.

Las metas

Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo. Nadie camina la vida sin haber pisado en falso muchas veces.Nadie recoge cosecha sin probar muchos sabores, enterrar muchas semillas y abonar mucha tierra. Nadie mira la vida sin acobardarse en muchas ocasiones, ni se mete en el barco sin temerle a la tempestad, ni llega a puerto sin remar muchas veces.
Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas, ni recoge rosas sin sentir sus espinas. Nadie hace obras sin martillar sobre su edificio, ni cultiva amistad sin renunciar a sí mismo. Nadie llega a la otra orilla sin haber hecho puentes para pasar. Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimento diario de la vida.
Nadie puede juzgar sin conocer primero su propia debilidad. Nadie consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un imposible. Nadie conoce la oportunidad hasta que esta pasa por su lado y la deja ir. Nadie encuentra el pozo del placer hasta caminar por la sed del desierto.
Pero nadie deja de llegar, cuando se tienen la claridad de un don, el crecimiento de la voluntad, la abundancia de la vida, el poder para realizarse y el impulso de sí mismo. Nadie deja de arder con fuego dentro sin antes saber lo que es el calor de la amistad. Nadie deja de llegar cuando de verdad se lo propone.
Si sacas todo lo que tienes y confías en ti, esfuérzate, ¡porque lo vas a lograr!
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* Contribución anónima, vía Internet.

Fortunas del campo

Cierta vez un acaudalado padre de familia llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que este viera cuán pobres eran ciertas personas y comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos. Estuvieron un día y una noche en la granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje, ya de regreso en casa, le preguntó a su hijo:—¿Qué te pareció el viaje?
—¡Muy bonito, papá!
—¿Viste qué tan pobre y necesitada puede ser la gente?
—Sí.
—¿Y qué aprendiste?
—Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, ellos un riachuelo sin fin. Nosotros tenemos lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el muro de la casa, el de ellos hasta el horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mi mamá deben trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.
El padre se quedó mudo y el niño agregó:
Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser.
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* Contribución de Lourdes de Subero, de Codetel, 18 de octubre de 2000.

Las diferencias

Los deseos primarios de toda persona son progresar y ser feliz; muchos piensan que una forma efectiva de lograr esos anhelos es la riqueza.Así como hay personas pobres y ricas, hay países con iguales características. La diferencia entre unos y otros no está en el tiempo durante el cual han sido habitados; así lo demuestran casos como los de India y Egipto, que albergaron grandes civilizaciones hace miles de años y hoy en día son pobres. En cambio Australia y Nueva Zelanda, que hace poco más de ciento cincuenta años eran territorios casi deshabitados y desconocidos, son ahora países desarrollados y ricos.
La diferencia entre los países pobres y ricos tampoco está en los recursos naturales con que cuentan. Japón, por ejemplo, tiene un territorio muy pequeño, del cual el ochenta por ciento es montañoso, no apto para la agricultura ni la ganadería; sin embargo, es una potencia económica mundial que, a manera de inmensa fábrica flotante, recibe materias primas y las exporta, transformadas, a buena parte del planeta, obteniendo de ello riqueza. Suiza no tiene océano, pero cuenta con una de las flotas navieras más grandes del mundo; no tiene cacao, pero fabrica el mejor chocolate; en sus pocos kilómetros cuadrados se pastorea y cultiva sólo cuatro meses al año, ya que en los demás las condiciones climáticas no son favorables, pero produce los mejores lácteos de toda Europa. Al igual que Japón, un país sin recursos naturales que exporta bienes y servicios de excelente calidad, Suiza es un país pequeño cuya imagen de seguridad, orden y trabajo lo ha convertido en la caja fuerte del mundo.
Tampoco la inteligencia de las personas marca una diferencia, como lo demuestran muchos estudiantes de países pobres que emigran a los países ricos, logrando resultados excelentes. Otro ejemplo son los ejecutivos de países ricos que visitan las fábricas de los países pobres, y al hablar con ellos nos damos cuenta de que no hay diferencia intelectual.
Finalmente, tampoco la raza marca la diferencia: tengamos presente que en los países centroeuropeos o nórdicos, los llamados “vagos del sur” demuestran ser una fuerza productiva; no así en sus propios países, donde nunca supieron someterse a las reglas básicas que hacen grande a una nación. Lo que hace la diferencia, entonces, es la actitud de las personas.
Al estudiar la conducta de los individuos en los países ricos se descubre que la mayor parte de la población sigue estas reglas, no importa el orden que se discuta:
  • La moral como principio básico.
  • El orden y la limpieza.
  • La honradez.
  • La puntualidad.
  • La responsabilidad.
  • El deseo de superación.
  • El respeto a la ley y los reglamentos.
  • El respeto al derecho de los demás.
  • El amor por el trabajo.
  • El afán de ahorro e inversión.
¿Necesitamos más leyes? No, sería suficiente cumplir y hacer cumplir estas simples reglas. En nuestros países latinoamericanos, y en el resto de los países pobres, sólo una mínima parte de la población las sigue en su vida diaria. No somos pobres porque nos falten riquezas naturales o porque la naturaleza haya sido cruel con nosotros: simplemente carecemos del carácter para cumplir estas premisas básicas y elementales del funcionamiento social.
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* Contribución de Víctor Manuel Uribe, 24 de agosto de 2000.

El cometa Halley

En este texto, ya muy conocido, se observan los efectos de los memorandos (y la necesidad de saber escribir).MEMORANDO
De: Director general
A: Gerente
El viernes próximo, alrededor de las cinco de la tarde, aparecerá el cometa Halley en esta zona. Se trata de un evento que ocurre cada 78 años. Por favor, reúna a todos los trabajadores en el patio de la fábrica, con cascos de seguridad, que allí les explicaré el fenómeno. Si estuviera lloviendo no podremos ver este raro espectáculo a ojo descubierto; en tal caso, todos deberán dirigirse al comedor, donde se exhibirá un documental sobre el cometa.
MEMORANDO
De: Gerente
A: Director de recursos humanos
Por orden del director general, el viernes a las cinco de la tarde aparecerá sobre la fábrica, si llueve, el cometa Halley. Reúna a todo el personal con casco de seguridad y llévelo al comedor, donde tendrá lugar un raro fenómeno que sucede cada 78 años a ojo desnudo.
MEMORANDO
De: Director de recursos humanos
A: Jefe de personal
A solicitud del director general el científico Halley, de 78 años de edad, aparecerá desnudo en el comedor de la fábrica el próximo viernes a las cinco de la tarde usando un casco de seguridad, pues estará presentando un documental sobre el problema de la lluvia, y el director hará una demostración en el patio de la empresa.
MEMORANDO
De: Jefe de personal
A: Jefe de turno
El viernes a las cinco de la tarde el director, por primera vez en 78 años, aparecerá en el comedor para firmar el documental "Halley desnudo", junto al famoso científico y su equipo. Todos deben presentarse con casco de seguridad porque el documental tratará de la seguridad en condiciones de lluvia.
MEMORANDO
De: Jefe de turno
A: Jefe de brigadas
Todos, sin excepción, deben presentarse desnudos con los agentes de seguridad de la fábrica en el patio de la misma, este viernes a las cinco de la tarde. El director vendrá acompañado de Halley, un artista muy famoso, y su grupo, que mostrarán el documental “Bailando bajo la lluvia”. En caso de que en verdad llueva, hay que irse al comedor con cascos de seguridad. Esto ocurre cada 78 años.
AVISO EN LA CARTELERA
A todo el personal: El viernes cumple 78 años el director general. Por tal motivo se dará libre a todo el mundo, sin excepción, para la fiesta que tendrá lugar en el comedor a las cinco de la tarde con el grupo Halley y sus Cometas. Todos deben ir desnudos y usar condones de seguridad, porque lloverá y se va a formar tremenda fiesta en el patio de la fábrica.
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* Contribución de Adriana Gavina y Rose Mary Restrepo Vélez, 11 de octubre de 2000.

Tanto para aprender

Aprendí que la mayoría de las cosas por las que me preocupo nunca suceden.Aprendí que cada logro alguna vez fue considerado imposible.
Aprendí que nada de valor se obtiene sin esfuerzo.
Aprendí que la expectativa es con frecuencia mejor que el suceso en sí.
Aprendí que aun cuando tengo molestias, no necesito ser una molestia.
Aprendí que nunca hay que dormirse sin resolver una discusión pendiente.
Aprendí que no debemos mirar atrás, excepto para aprender.
Aprendí que cuando alguien aclara que se trata de principios y no de dinero, por lo general se trata de dinero.
Aprendí que hay que luchar por las cosas en las que creemos.
Aprendí que las personas son tan felices como deciden serlo.
Aprendí que la mejor y más rápida manera de apreciar a otras personas es tratar de hacer su trabajo.
Aprendí que los días pueden ser largos, pero la vida es corta.
Aprendí que si tu vida está libre de fracasos, es porque no has arriesgado lo suficiente.
Aprendí que es bueno estar satisfecho con lo que tenemos, pero nunca con lo que somos.
Aprendí que podemos ganar un centavo en forma deshonesta, pero que más tarde este nos costará una fortuna.
Aprendí que debo ganar el dinero antes de gastarlo.
Aprendí que debemos apreciar a nuestros hijos por lo que son y no por lo que deseamos que sean.
Aprendí que el odio es como el ácido: destruye el recipiente que lo contiene.
Aprendí que planear una venganza sólo permite que las personas que nos hirieron lo hagan por más tiempo.
Aprendí que las personas tienen tanta prisa por lograr una “buena vida” que con frecuencia la vida pasa a su lado y no la ven.
Aprendí a no dejar de mirar hacia el futuro; que todavía hay muchos buenos libros para leer, puestas de sol que ver, amigos que visitar, gente a quien amar y viejos perros con quienes pasear.
Aprendí que todavía tengo mucho que aprender.
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* Contribución de Ida Bianchi y Vicente López, de Rotolatinos, Argentina.

Auxilio en la lluvia

Una noche, a las 11:30 p.m., una mujer afroamericana de edad avanzada estaba parada en el borde de una autopista de Alabama bajo una fuerte tormenta. Su automóvil se había descompuesto y necesitaba desesperadamente que alguien la llevara. Empapada, decidió hacerle señas al próximo carro que pasara. A pesar de ser una época de agudos conflictos raciales, un joven blanco se detuvo a ayudarla, la llevó a un lugar seguro y la puso en un taxi. La señora, que parecía bastante apurada, anotó la dirección del joven, le agradeció y se fue.Siete días después, tocaron a la puerta de la casa del joven. Para su sorpresa, era un paquete a su nombre: un televisor de pantalla gigante con una nota que decía:
Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia anegó no sólo mi ropa sino mi espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a usted, pude llegar al lado de la cama de mi marido agonizante, justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros desinteresadamente.
“Sinceramente, la señora de Nat King Cole

No esperes nada a cambio y lo recibirás.
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* Contribución de Sebastián Núñez y Lucía Posada, versión de Tché Souto.

Recuerda a quienes sirves

En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La mesera puso un vaso de agua enfrente de él.—¿Cuánto cuesta un helado con chocolate y maní? —preguntó el niño.
—Cincuenta centavos —respondió la mujer.
El niño sacó la mano del bolsillo y examinó las monedas.
—¿Cuánto cuesta un helado solo? —volvió a preguntar. Algunas personas esperaban mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente.
—Veinticinco centavos —dijo bruscamente.
El niño volvió a contar las monedas.
—Quiero el helado solo —dijo.
La mesera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se retiró. El niño terminó el helado, pagó en la caja y salió. Cuando la mesera volvió a limpiar la mesa, le costó tragar saliva al ver que allí, ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco centavos: su propina.

Jamás juzgues a alguien antes de saber por qué.
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* Contribución de Sebastián Núñez y Lucía Posada, versión de Tché Souto.

Los obstáculos en nuestro camino

Un rey puso una gran roca en medio del camino, obstaculizando el paso. Luego se escondió para ver si alguien la retiraba.Los comerciantes más adinerados del reino y algunos cortesanos que pasaron simplemente rodearon la roca. Muchos culparon al rey de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para retirar el obstáculo.
Entonces llegó un campesino que llevaba una carga de verduras. La dejó en el piso y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, lo logró. Mientras recogía su carga, encontró una cartera en el piso, justo donde había estado la roca. Contenía muchas monedas de oro y una nota del rey, indicando que esa era la recompensa para quien despejara el camino.
El campesino aprendió lo que los otros nunca entendieron.

Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar la propia condición. ¡Si alguna vez cae, levántese y siga adelante!
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* Contribución de Sebastián Núñez y Lucía Posada, versión de Tché Souto.

Matar la creatividad

La creatividad, madre de la innovación, es una cualidad escasa que se apoya en el lóbulo derecho del cerebro, donde están la intuición, el arte y la inspiración. Sin embargo, los creativos tienen que luchar permanentemente con los pragmáticos, los "lógicos", los que tienen la experiencia. Estas son algunas de las frases que se oyen cuando los creativos disparan su chispa.
  • “No sueñes”.
  • “Ni lo sueñes”.
  • “No tenemos tiempo”.
  • “El costo es muy alto”.
  • “No es problema suyo”.
  • “Es demasiado trabajo”.
  • “¡Oh no, esa idea otra vez, no!”
  • “El argumento es válido, pero...”
  • “Buena idea, pero no es factible”.
  • “Deja de volar por las nubes y baja a la tierra”.
  • “La gerencia va a tener problemas con esto”.
  • “Por el momento, dejemos esa idea de lado”.
  • “Están acostumbrados a otra cosa”.
  • “¿De dónde sacaste semejante idea?”
  • “Exigiría un esfuerzo muy grande”.
  • “Hasta ahora nos ha ido bien sin eso”.
  • “Siempre lo hemos hecho así”.
  • “Se adelanta a su tiempo”.
  • “No fue presupuestado”.
  • “Es demasiado radical”.
  • “Quédese en su lugar”.
  • “Se reirán de nosotros”.
  • “No muevan el bote”.
  • “No van a aceptarlo”.
  • “No se ha hecho nunca”.
  • “No va a funcionar”.
  • “¡Otra vez los jóvenes!”
  • “No es rentable”.

Dar y perder la vida

Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a una niñita llamada Liz, que sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse era una transfusión de sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a darle su sangre. Yo lo vi dudar por un momento antes de tomar un gran suspiro y decir: “Sí, lo haré si eso salva a Liz”.
Mientras la transfusión se hacía, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana, muy sonriente, mientras nosotros los asistíamos y veíamos regresar el color a las mejillas de la niña. De pronto el pequeño se puso pálido y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: “¿A qué hora empezaré a morir?”
No había comprendido al doctor: pensaba que tendría que darle toda su sangre a su hermana. Y aun así había aceptado.

Da todo por quienes amas. Ama como nunca lo has hecho. No desprecies la amistad de tus amigos. Vive cada día con fe, amor y paz.
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* Contribución de Sebastián Núñez y Lucía Posada, versión de Tché Souto.

Método para achicar la soberbia

La soberbia es una forma particular de incapacidad que suele afectar a gobernantes, directivos y funcionarios, pero también a porteros, dirigentes de gremios, empleados públicos y casi todos los pobres mortales que se encuentran de golpe con una escasa cuota de poder.He aquí un consejo para no caer en la tentación de la soberbia: diríjase a una zona rural por la ruta que más le guste, desnúdese y espere a que anochezca. Cruce entonces el alambrado —con cuidado de no perder ninguno de los atributos del poder— y camine hasta que sienta que está en medio de la soledad más absoluta. Una vez allí, levante la cabeza al cielo y mire las estrellas. En ese instante, visto desde el espacio, usted debe ser algo así como un microbio sobre una pelota de fútbol.
Piense que está parado sobre un minúsculo planeta que gira alrededor del sol, y que el sol es sólo una estrella pequeña entre los millones de estrellas que está viendo y que forman nuestra galaxia. Recuerde, además, que la nuestra es una de millones de galaxias que hace millones de años giran en el espacio.
Una vez que haya hecho esto, ponga los brazos en jarra sobre la cintura, en actitud desafiante, o adopte cualquier otra postura que le parezca adecuada para expresar su inmenso poder, e hinchando las venas del cuello, grite con toda la voz que sea capaz de juntar en ese momento: “¡Soy verdaderamente poderoso!
Luego, espere el resultado. Si ve que algunas estrellas se sacuden y titilan, no hay problema: es Dios que, a veces, no puede aguantar la risa.

¿Ha notado que la soberbia y la envidia son dos de los más frecuentes defectos de los humanos? Esta lectura sólo nos pone al frente del universo. ¿Se quiere comparar con todos los humanos? La humildad es una de las mejores cualidades de los grandes hombres.

El coleccionista de insultos

En los días que corren es conveniente cederle un espacio a esta alegoría budista que transcribe Paulo Coelho y que hará pensar a muchos.Cerca de Tokio vivía un gran samuray, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla. Conociendo la reputación del viejo samuray, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.
Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío. Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo. Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros. Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
—¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
El viejo samuray repuso:
—Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
—Por supuesto, a quien intentó entregarlo —respondió uno de los discípulos.
—Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos —añadió el maestro—. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

Nadie nos agrede o nos hace sentir mal: somos los que decidimos cómo sentirnos. No culpemos a nadie por nuestros sentimientos: somos los únicos responsables de ellos. Eso es lo que se llama asertividad.

Los dos halcones

Un rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara. Pasados unos meses, el instructor le comunicó que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que no sabía qué le sucedía al otro: no se había movido de la rama desde el día de su llegada a palacio, e incluso había que llevarle el alimento hasta allí.El rey mandó llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer volar al ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió; por la ventana de sus habitaciones, el monarca veía que el pájaro continuaba inmóvil. Publicó por fin un bando entre sus súbditos solicitando ayuda, y a la mañana siguiente vio al halcón volar ágilmente por los jardines.
—Traedme al autor de ese milagro —dijo.
En seguida le presentaron a un campesino.
—¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago, acaso?
Entre feliz e intimidado, el hombrecito explicó: —No fue difícil, Su Alteza: sólo corté la rama. El pájaro se dio cuenta de que tenía alas y se lanzó a volar.

Así somos los seres humanos. Estamos atados al pasado y al presente porque no nos hemos dado cuenta de que tenemos el poder de volar y buscar nuestro verdadero destino.
Algunos tienen el privilegio de que algún acontecimiento rompa la rama de la costumbre, de la seguridad. Sólo entonces se dan cuenta de que son superiores a las circunstancias.
En muchas ocasiones lo tenemos todo y no logramos vivir plenamente; quizá es necesario que alguien nos corte la rama para que podamos arriesgarnos al vuelo. A veces las cosas inesperadas y que en principio parecen negativas son verdaderas bendiciones.
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* Contribución de Arturo Dueñas, 24 de noviembre de 2001.

Las tres rejas

El joven discípulo de un filósofo sabio llegó a casa de este y le dijo:—Maestro, un amigo suyo estuvo hablando de usted con malevolencia.
—¡Espera! —lo interrumpió el filósofo—. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
—¿Las tres rejas?
—Sí. La primera es la reja de la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
—No; lo oí comentar a unos vecinos.
—Entonces al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Esto que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario...
—¡Vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.

Cuántos malos ratos podríamos evitar si sometiéramos a esas tres rejas todo lo que decimos...
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* Contribución de Aquiles Orduña, 9 de noviembre de 2001.

La casa imperfecta

Un maestro de construcción ya entrado en años estaba listo para retirarse a disfrutar su pensión de jubilación. Le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se las arreglarían de alguna manera.El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más. El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus ayudantes, era deficiente. Era una infortunada manera de poner punto final a su carrera.
Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal. “Esta es tu casa, querido amigo —dijo—. Es un regalo para ti”.
Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa imperfecta que había construido!

Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, y sin poner en esa actuación lo mejor de nosotros. Muchas veces, ni siquiera hacemos nuestro mejor esfuerzo en el trabajo. Entonces de repente vemos la situación que hemos creado y descubrimos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente. La conclusión es que debemos pensar como si estuviésemos construyendo nuestra casa. Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construir con sabiduría es la única regla que podemos reforzar en nuestra existencia. Inclusive si la vivimos sólo por un día, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad. La vida es como un proyecto de hágalo-ustedmismo. Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado. ¡Su vida de mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones de hoy!
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* Contribución de Daniel Molina, 1 de noviembre de 2001.

El violín de Paganini

Hubo un gran violinista llamado Paganini. Algunos decían que era una persona extraña. Otros, que había en él algo sobrenatural. Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, y por eso nadie quería perder la oportunidad de verlo tocar.Una noche, el escenario estaba repleto de admiradores preparados para recibirlo. La orquesta entró y fue aplaudida. El director entró y recibió una gran ovación. Pero cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró. El violinista se puso el instrumento en el hombro, y lo que siguió fue indescriptible: blancas y negras, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecían tener alas y volar al toque de aquellos dedos encantados.
De repente, un sonido extraño interrumpió el ensueño de la platea: una de las cuerdas del violín de Paganini se había roto. El director paró. La orquesta se calló. El público estaba en suspenso. Pero Paganini no se detuvo. Mirando su partitura, continuó extrayendo sonidos deliciosos de su violín atrofiado. El director y la orquesta, admirados, volvieron a tocar.
Cuando el público se tranquilizó, de repente otro sonido perturbador atrajo su atención. Otra cuerda del violín se rompió. El director y la orquesta pararon de nuevo, mas Paganini continuó como si nada hubiera ocurrido. Impresionados, los músicos volvieron a tocar.
Pero el público no podía imaginar lo que iba a ocurrir a continuación. Todos los asistentes, asombrados, gritaron un "¡oohhh!" que retumbó por la sala: otra cuerda del violín se había roto. El director y la orquesta se detuvieron. La respiración del público cesó. Pero Paganini seguía: como un contorsionista musical, arrancaba todos los sonidos posibles de la única cuerda que le quedaba al destruido violín. El director, embelesado, se animó, y la orquesta volvió a tocar con mayor entusiasmo. El público iba del silencio a la euforia, de la inercia al delirio.
Paganini alcanzó la gloria, y su nombre corrió a través del tiempo. No fue apenas un violinista genial, sino el símbolo del profesional que continúa adelante aun ante lo imposible.

Cuando todo parece derrumbarse, démonos una oportunidad y sigamos adelante; despertemos al Paganini que existe en nuestro interior. La celebridad es el arte de continuar donde otros resuelven parar.
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* Contribución de Daniel Molina, 9 de agosto de 2001.

Lo tuyo y lo mío

Cuando la señora llegó a la estación, le informaron que su tren se retrasaría aproximadamente una hora. Un poco fastidiada, se compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Buscó un banco en el andén central y se sentó, preparada para la espera.Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. De pronto, sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comer. La señora se molestó un poco; no quería ser grosera pero tampoco hacer de cuenta que nada había pasado. Así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió mirando fijamente al joven.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y, mirando a la señora a los ojos, se la llevó a la boca. Ya enojada, ella cogió otra galleta y, con ostensibles señales de fastidio, se la comió mirándolo fijamente.
El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora estaba cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, ella se dio cuenta de que sólo quedaba una galleta, y pensó: “No podrá ser tan caradura”, mientras miraba alternativamente al joven y al paquete. Con mucha calma el joven alargó la mano, tomó la galleta y la partió en dos. Con un gesto amable, le ofreció la mitad a su compañera de banco.
—¡Gracias! —dijo ella tomando con rudeza el trozo de galleta.
—De nada —contestó el joven sonriendo, mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su partida. La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Desde la ventanilla, vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: “¡Qué insolente y mal educado! ¡Qué será de nuestro mundo!” De pronto sintió la boca reseca por el disgusto. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su paquete de galletas intacto.

Cuántas veces nuestros prejuicios y decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a los demás y cometer graves equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juguemos arbitrariamente a las personas y las situaciones, encasillándolas en ideas preconcebidas alejadas de la realidad.
Por lo general nos inquietamos por eventos que no son reales y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca van a ocurrir.
Dice un viejo proverbio:
Peleando, juzgando antes de tiempo y alterándose no se consigue jamás lo suficiente; pero siendo justo, cediendo y observando a los demás con una simple cuota de serenidad, se consigue más de lo que se espera.
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* Contribución de Maribel Zupel, 3 de septiembre de 2001.

El perrito cojo

El dueño de una tienda estaba poniendo en la puerta un cartel que decía: “Cachorros en venta”. Como esa clase de anuncios siempre atrae a los niños, de pronto apareció un pequeño y le preguntó:—¿Cuál es el precio de los perritos?
El dueño contestó: —Entre treinta y cincuenta dólares. El niñito se metió la mano al bolsillo y sacó unas monedas.
—Sólo tengo $2,37. ¿Puedo verlos?
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra seguida por cinco perritos, uno de los cuales se quedaba atrás. El niñito inmediatamente señaló al cachorrito rezagado.
—¿Qué le pasa a ese perrito? —preguntó.
El hombre le explicó que el animalito tenía la cadera defectuosa y cojearía por el resto de su vida. El niño se emocionó mucho y exclamó:
—¡Ese es el perrito que yo quiero comprar! Y el hombre replicó:
—No, tú no vas a comprar ese cachorro. Si realmente lo quieres, yo te lo regalo.
El niñito se disgustó y, mirando al hombre a los ojos, le dijo:
—No, no quiero que usted me lo regale. Creo que vale tanto como los otros perritos, y le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $2,37 ahora y cincuenta centavos cada mes, hasta que lo haya pagado todo.
El hombre contestó:
—Hijo, en verdad no querrás comprar ese perrito. Nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros.
El niñito se agachó y levantó su pantalón para mostrar su pierna izquierda, retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo:
—Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesitará a alguien que lo entienda.
El hombre se mordió el labio y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:
Hijo, espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú.

En la vida no importa quiénes somos, sino que alguien nos aprecie por lo que somos, nos acepte y nos ame incondicionalmente.
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* Contribución de Carlos Vizcaya, 3 de septiembre de 2001.

El árbol de los problemas

El carpintero que había contratado para que me ayudara a reparar una vieja granja acababa de finalizar su primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se había dañado, haciéndole perder una hora de trabajo, y su viejo camión se negaba a arrancar.Mientras lo llevaba a su casa, permaneció en silencio. Cuando llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol y tocó las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso entusiasta a su esposa.
De regreso me acompañó hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.
Este es mi árbol de problemas —contestó— . Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa, y en la mañana los recojo otra vez. Lo divertido —dijo sonriendo— es que cuando salgo a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.
___________
* Contribución de Daniel Molina.

Ascender por resultados

Juan trabajaba en una empresa hacía dos años. Era muy serio, dedicado y cumplidor de sus obligaciones. Llegaba puntual y estaba orgulloso de que no haber recibido nunca una amonestación. Cierto día, buscó al gerente para hacerle un reclamo:—Señor, trabajo en la empresa hace dos años con bastante esmero y estoy a gusto con mi puesto, pero siento que he sido dejado de lado. Mire, Fernando ingresó a un puesto igual al mío hace sólo seis meses y ya ha sido promovido a supervisor.
—¡Ajá! —contestó el gerente. Y mostrando cierta preocupación le dijo—: Mientras resolvemos esto quisiera pedirte que me ayudes con un problema. Quiero dar fruta para la sobremesa del almuerzo de hoy. Por favor, averigua si en la tienda de enfrente tienen frutas frescas.
Juan se esmeró en cumplir con el encargo y a los cinco minutos estaba de vuelta.
—Bien, ¿qué averiguaste?
—Señor, tienen naranjas para la venta.
—¿Y cuánto cuestan?
—¡Ah! No pregunté.
—Bien. ¿Viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal?
—Tampoco pregunté eso.
—¿Hay alguna fruta que pueda sustituir la naranja?
—No lo se, señor, pero creo que...
—Bueno, siéntate un momento.
El gerente cogió el teléfono e hizo llamar a Fernando. Cuando se presentó, le dio las mismas instrucciones que a Juan, y en diez minutos estaba de vuelta. El gerente le preguntó:
—Bien, Fernando, ¿qué noticias me traes?
—Señor, tienen naranjas, las suficientes para atender a todo el persona], y si prefiere, tienen bananos, papayas, melones y mangos. La naranja está a 150 pesos el kilo; el banano, a 220 pesos la mano; el mango, a 90 pesos el kilo; la papaya y el melón, a 280 pesos el kilo. Me dicen que si la compra es por cantidades, nos darán un descuento de diez por ciento. Dejé separadas las naranjas, pero si usted escoge otra fruta debo regresar para confirmar el pedido.
—Muchas gracias, Fernando. Espera un momento. Entonces se dirigió a Juan, que aún seguía allí:
—Juan, ¿qué me decías?
—Nada, señor... eso es todo. Con su permiso.

Hoy en día reclamamos empoderamiento. Es decir, que los jefes otorguen a sus subalternos la posibilidad de tomar decisiones y responsabilizarse por ellas. Pero, ¿están los empleados asumiendo esta función de manera proactiva y automotivada?
El potencial está en las personas. Son ellas quienes deben desarrollarlo y hacerlo conocer de los demás a través de hechos concretos.
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* Contribución de Héctor Daniel González, 21 de junio de 2001.

La parábola del caballo

Un campesino que enfrentaba muchas dificultades poseía algunos caballos que lo ayudaban en los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los mejores caballos había caído en un viejo pozo abandonado. Era muy profundo, y resultaría extremadamente difícil sacarlo de allí.El campesino fue rápidamente al lugar del accidente y evaluó la situación, dándose cuenta de que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el costo del rescate, concluyó que no valía la pena, y pidió al capataz que sacrificara al caballo tirando tierra al pozo hasta enterrarlo. Y así se hizo.
A medida que la tierra le caía encima, el animal la sacudía. Esta se acumuló poco a poco en el fondo del pozo, permitiéndole subir. Los hombres se dieron cuenta de que el caballo no se dejaba enterrar sino que, al contrario, estaba subiendo, hasta que finalmente consiguió salir del socavón.

Si está “allá abajo”, sintiéndose poco valorado, y si los otros le lanzan la tierra de la incomprensión, del egoísmo o de la falta de apoyo, recuerde al caballo de esta historia. No acepte la tierra que tiraron sobre usted, sacúdala y suba sobre ella. Cuanta más tierra le lancen, más podrá subir.
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* Contribución de Héctor Daniel González, 4 de junio de 2001.

Empuja la vaquita

Un sabio maestro paseaba por el bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de conocer lugares y personas, y sobre las oportunidades de aprendizaje que nos brindan estas experiencias.La casa era de madera y sus habitantes, una pareja y sus tres hijos, vestían ropas sucias y rasgadas, y estaban descalzos. El maestro se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia, y le dijo:
—En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir?
El hombre respondió calmadamente: —Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Parte de la leche la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina, y con la restante elaboramos queso, cuajada y otros productos para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información y contempló el lugar por un momento, antes de despedirse y partir. A mitad de camino le ordenó a su fiel discípulo:
—¡Busca la vaquita, llévala al precipicio y empújala!
El joven lo miró espantado y le replicó que ese animal era el medio de subsistencia de la familia. Como percibió el silencio absoluto del maestro, cumplió la orden: empujó a la vaquita al barranco, y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en su memoria.
Un día, el discípulo resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar para contarle la verdad a la familia y pedirle perdón. Así lo hizo, y a medida que se aproximaba veía todo muy bonito, diferente de como lo recordaba. Se sintió triste, imaginando que aquella humilde familia había debido vender su terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y, al llegar, fue recibido por un señor muy simpático, al cual preguntó por las personas que vivían en ese lugar cuatro años atrás. El hombre le respondió que allí seguían.
Sobrecogido, el joven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que había visitado algunos años antes con el maestro. Elogió el lugar y le preguntó al señor, el dueño de la vaquita:
—¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?
Emocionado, el hombre le respondió:
—Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos; así alcanzamos el éxito que sus ojos ven ahora.

Esta es la realidad de lo que se ha llamado zona de confort. Estamos tan conformes con el estado de cosas que nos rodea que no desarrollamos otras posibilidades. Sólo necesitamos un evento sorpresivo para darnos cuenta de que la seguridad puede ser nuestra peor consejera y de que nos impide ver el horizonte.

El regalo furtivo

Un chico había nacido con una enfermedad que no tenía cura. A sus 17 años, podía morir en cualquier momento. Siempre había permanecido en casa, al cuidado de su madre, pero estaba harto y decidió salir solo por una vez. Visitó muchos almacenes y, al pasar por uno de música, vio a una jovencita primorosa de su misma edad. Fue amor a primera vista. Abrió la puerta y entró sin mirar nada que no fuera ella. Acercándose poco a poco, llegó al mostrador donde se encontraba la chica, que lo miró y le dijo, con una sonrisa:—¿Te puedo ayudar en algo?
Él pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto en toda su vida. Sintió deseos de besarla en ese instante. Tartamudeando, le dijo:
—Sí, eeehhh, uuuhhh... me gustaría comprar un disco —y sin pensarlo, tomó el primero que vio y le dio el dinero.
—¿Quieres que te lo envuelva? — preguntó la joven, sonriendo de nuevo.
Él asintió con la cabeza y ella fue a la oficina, para volver con el paquete envuelto. Lo tomó y se fue.
Desde entonces, todos los días visitaba la tienda y compraba un disco. La muchacha siempre lo envolvía, y él se lo llevaba y lo guardaba en su clóset. Era muy tímido para invitarla a salir y, aunque trataba, no podía. Su mamá se dio cuenta y le dio ánimo, así que al día siguiente él se armó de coraje y se dirigió a la tienda. Compró un disco y, como siempre, ella se fue a envolverlo. Él tomó el paquete y, mientras la joven no lo miraba, dejó su número de teléfono en el mostrador y salió corriendo.
Al otro día, repicó el teléfono de la casa y la mamá contestó. Era la muchacha del almacén, preguntando por su hijo. La señora comenzó a llorar y le dijo:
¿No lo sabes? Murió ayer.
Hubo un silencio prolongado, roto solamente por los sollozos de la madre. Días más tarde, la señora entró en el cuarto de su hijo.
Al abrir el clóset, se topó con montones de cajitas en papel de regalo. Como esto le causó curiosidad, tomó uno de los paquetes y se sentó sobre la cama para abrirlo. Al hacerlo, un pequeño pedazo de papel salió de la cajita plástica. Era una nota que decía: “¡Hola! Estás muy guapo. ¿Quieres salir conmigo? Te quiere, Sofía”.
Con emoción, la madre abrió otro paquete, y otro, y otro, y al hacerlo encontró muchas notas; todas decían lo mismo con distintas palabras.

Así es la vida: no espere demasiado para decirle a ese alguien especial lo que siente. Dígalo hoy: mañana puede ser muy tarde.

Veremos

Mi amigo tiene una granja. Como le encanta hacer las cosas a la antigua, no posee ningún equipo mecánico y usa un caballo para arar su campo. Un día, mientras estaba arando, el caballo se desplomó, muerto. En el pueblo todos compadecieron a mi amigo.—¡Oh, qué terrible que le haya sucedido eso! —le dijeron.
Él se limitó a contestar:
Veremos.
Estaba tranquilo y en paz, y admirábamos tanto su actitud que nos pusimos de acuerdo y le regalamos un caballo. Entonces la reacción general fue exclamar:
—¡Qué hombre de suerte!
Y él dijo:
Veremos.
Unos días después el caballo, que aún desconocía la granja, saltó una cerca y escapó, y todos exclamaron:
—¡Oh, pobre hombre!
Veremos —dijo él de nuevo.
Y lo mismo repitió una semana después, cuando el caballo regresó seguido por una docena de potros sin domar.
Al día siguiente, su hijo salió a pasear a caballo, se cayó y se rompió la pierna.
—¡Pobre muchacho! —se compadeció todo el pueblo.
Y mi amigo dijo:
Veremos.
Pocos días después llegó al pueblo el ejército, para reclutar a todos los jóvenes en edad de prestar el servicio militar, pero a su hijo lo dejaron porque tenía la pierna rota.
—¡Vaya chico con suerte! —comentaron los vecinos.
Ymí amigo dijo:
Veremos.

También nosotros tenemos que aprender a dar un paso atrás, tomar distancia y decir: “Veremos”. En vez de juzgar lo que nos sucede en la vida y decir qué es bueno y qué es malo, justo o injusto, debemos reconocer que en sí mismo nada es bueno o malo, y que cualquier cosa puede ayudarnos a entrar nuevamente en armonía con el plan del universo.
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* Bernie S. Siegel, Amor, paz y autocuración. Barcelona, Urano, 1990, p. 230.

Los tres hermanos

Tres hermanos se internaban todas las mañanas en el bosque a cortar leña. Cada día se turnaban para que uno de ellos se quedara en la cabaña y preparara la comida.Un día, mientras el hermano mayor estaba solo en la cabaña, apareció un enano y le preguntó si podía comerse los restos del desayuno. El muchacho dijo que sí y el enano empezó a comer. De pronto dejó caer el pan y le pidió al joven que lo recogiera. Cuando este se inclinó, el enano lo golpeó con un palo en la cabeza.
A la mañana siguiente, el segundo hermano se quedó solo en la cabaña, y el enano volvió a aparecer. Le preguntó si podía comer los restos del desayuno y dejó caer el pan. Pidió al muchacho que lo levantara y, cuando este se agachó, lo golpeó con un palo.
Al otro día se quedó en la cabaña el hermano menor. El enano le preguntó si podía comer los restos del desayuno, y el joven le contestó: “Sí, sobre la mesa hay pan. Sírvete”. Cuando el enano dejó caer el pan y le pidió al joven que lo recogiera, este le respondió: “Si no puedes arreglártelas con tu propio pan, no sobrevivirás. Recógelo tú”. El enano le dio las gracias y le preguntó si le gustaría saber dónde encontrar a la princesa y el tesoro.

Concedamos a los demás la responsabilidad por sus propios problemas, para que aprendan a cuidar de su pan y de sí mismos.
El doctor Siegel es uno de los conferencistas más reconocidos de Estados Unidos. Su trabajo como oncólogo lo ha llevado a enseñarle a sus pacientes y a las familias que cada uno debe ser responsable de sí mismo: de su cuerpo, de su enfermedad, de su curación —en lo físico— y de su sanación —en lo espiritual.
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* Cuento atribuido al poeta Robert Vil. Citado en Siegel, op. cit., p. 241.

El eco

Un padre y su hijo estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cayó, lastimándose, y gritó:—¡Aaaaaayyyy!
Para su sorpresa, oyó una voz que repetía, en algún lugar de la montaña:
—¡Aaaaaayyyy!
Con curiosidad, el niño gritó:
—¿Quién está ahí?
Y recibió esta respuesta:
—¿Quién está ahí?
Enojado, gritó:
—¡Cobarde!
Y escuchó:
—¡Cobarde!
El niño miró al padre y le preguntó:
—¿Qué sucede, papá?
El hombre, sonriendo, le dijo:
—Hijo mío, presta atención —y gritó hacia la montaña—: ¡Te admiro!
Y la voz le respondió:
—¡Te admiro!
De nuevo, el hombre gritó:
—¡Eres un campeón!
Y la voz le respondió:
—¡Eres un campeón!
El niño estaba asombrado, pero no entendía nada. Entonces el padre le explicó:
La gente lo llama eco, pero en realidad es la vida. Te devuelve todo lo que dices o haces.

Nuestra vida es simplemente un reflejo de nuestras acciones. Si desea más amor en el mundo, cree más amor a su alrededor. Si anhela felicidad, dé felicidad a quienes lo rodean. Si quiere una sonrisa en el alma, dé una sonrisa al alma de las personas que conoce. Esto se aplica a todos los aspectos de la vida. Ella nos da de regreso exactamente lo que le hemos dado. Nuestra vida no es una coincidencia, sino un reflejo de nosotros mismos.

Sembrar futuro

En un oasis escondido en los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba de rodillas el viejo Eliahu, al costado de algunas palmas datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis para abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.—¿Qué tal, anciano? La paz sea contigo.
—Y contigo —contestó Eliahu sin dejar su tarea.
—¿Qué haces aquí, con esta temperatura, trabajando con esa pala?
—Siembro —contestó el viejo.
—¿Qué siembras aquí, Eliahu?
—Dátiles —respondió el viejo señalando el palmar.
—¡Dátiles! —repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez—. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa.
—No, debo terminar la siembra. Luego, si quieres, beberemos.
—Dime, amigo, ¿cuántos años tienes?
—No sé: sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado. Pero eso, ¿qué importa?
—Mira, amigo, las datileras tardan más de cincuenta años en crecer, y sólo entonces están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los cien años, pero tú sabes que difícilmente podrás llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
—Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probarlos. Siembro hoy para que otros puedan comer dátiles mañana. Y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
—Me has dado una gran lección, Eliahu; déjame que te pague esta enseñanza —dijo Hakim, poniendo en la mano del viejo una bolsa de cuero llena de monedas.
—Te lo agradezco. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y, sin embargo, mira: todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
—Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy, y es quizás más importante que la primera. Déjame, pues, que pague también esta lección con una bolsa de monedas.
—Y a veces pasa esto —siguió el anciano, extendiendo la mano para mirar las dos bolsas—: sembré para no cosechar, y antes de terminar de sembrar ya coseché no sólo una, sino dos veces.
—Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas no me alcanzará toda mi fortuna para pagarte.

Esperamos resultados inmediatos, queremos todo ya. Decimos que no estamos inmersos en la sociedad de consumo, pero maldecimos los escasos segundos que este mensaje tarda en llegar, o los que demora el semáforo en cambiar de color.
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* Jorge Bucay, Cuentos para pensar.

Quemar las naves

Alrededor del año 335 a.C, al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban tres veces el tamaño de su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha: habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles.Cuando Alejandro hubo desembarcado sus tropas en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas todas las naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo:
Observen cómo se queman los barcos. Esta es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, pues sólo hay un camino de vuelta, y es por mar. Caballeros, cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos.
El ejército de Alejandro venció en aquella batalla, y regresó a su tierra a bordo de las naves conquistadas.

Los mejores hombres no son aquellos que han esperado las oportunidades, sino los que las han buscado y aprovechado a tiempo, los que las han asediado, los que las han conquistado.

La carreta vacía

Cierta mañana, mi padre me invitó a dar un paseo por el bosque y yo acepté con placer. Se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:—Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas algo?
Agucé mis oídos y algunos segundos después le respondí:
—Estoy escuchando el ruido de una carreta.
—Eso es —dijo mi padre—. Es una carreta vacía.
—¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la vemos? —le pregunté.
Y él respondió:
—Es muy fácil saber que una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto menos cargada está una carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto y aún hoy, cuando veo a una persona hablando demasiado, a una persona inoportuna, que interrumpe la conversación de todo el mundo, tengo la impresión de oír la voz de mí padre diciendo: Cuanto menos cargada está una carreta, mayor es el ruido que hace.

La felicidad escondida

Un poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura. Uno de ellos dijo:—Debemos quitarles algo a los seres humanos, pero, ¿qué?
Después de mucho pensar, uno dijo:
—¡Ya sé! Vamos a quitarles la felicidad. El problema es dónde esconderla para que no puedan encontrarla.
Propuso el primero:
—Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.
—No, recuerda que tienen fuerza; alguno podría subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán dónde está —replicó otro.
Se escuchó una nueva propuesta:
—Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar. Otro señaló:
—No, no olvides que son curiosos, alguno podría construir un aparato para bajar, y entonces la encontrarán.
—Escondámosla en un planeta bien lejano de la Tierra —propuso otro.
—No —le dijeron. Recuerda que les dieron inteligencia, y un día alguno va a construir una nave para viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad.
El duende más veterano, que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas, dijo:
—Creo saber dónde ponerla para que nunca la encuentren.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono:
—¿Dónde?
La esconderemos dentro de ellos mismos; estarán tan ocupados buscándola afuera que nunca la encontrarán.
Todos estuvieron de acuerdo, y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la lleva consigo.

La paz perfecta

Cierto rey prometió un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos lo intentaron. El rey observó y admiró todas las obras, pero solamente hubo dos que en verdad le gustaron.La primera mostraba un lago muy tranquilo, espejo perfecto donde se reflejaban las montañas circundantes. Sobre ellas se encontraba un cielo azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura estuvieron de acuerdo en que reflejaba la paz perfecta.
La segunda también tenía montañas, pero estas eran escabrosas. Sobre ellas había un cielo oscuro, del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua.
Esta imagen no se revelaba para nada pacífica. Pero cuando el rey analizó el cuadro más cuidadosamente, observó que tras la cascada, en una grieta, crecía un delicado arbusto. En él había un nido y allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, un pajarito.
¿Cuál cree usted que fue la pintura ganadora? El rey escogió la segunda. La paz —explicó— no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin dolor. Significa que, aun en medio de estas circunstancias, nuestro corazón puede permanecer en calma.

Imaginar soluciones

En una tarde nublada y fría, dos niños patinaban sin preocupación sobre una laguna congelada. De repente el hielo se rompió, y uno de ellos cayó al agua. El otro cogió una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas, hasta que logró quebrarlo y así salvar a su amigo.Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron: “¿Cómo lo hizo? El hielo está muy grueso, es imposible que haya podido quebrarlo con esa piedra y sus manos tan pequeñas...”
En ese instante apareció un abuelo y, con una sonrisa, dijo:
—Yo sé cómo lo hizo.
—¿Cómo? —le preguntaron.
No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

Einstein dijo: Si lo puedes imaginar, lo puedes lograr.
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* Historia atribuida a Albert Einstein.

Mi mejor amigo

Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y discutieron agriamente. Uno de ellos le dio una bofetada al otro. Este, ofendido, escribió en la arena: “Hoy mi mejor amigo me dio una bofetada”. Continuaron su camino y llegaron a un oasis, donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado se estaba ahogando, y el otro acudió en su rescate. Al recuperarse, tomó un cincel y escribió en una piedra: “Hoy mi mejor amigo me salvó la vida”. Intrigado, aquel le preguntó:—¿Por qué después de que te lastimé escribiste en la arena, y ahora escribes en piedra?
—Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribirlo en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargará de borrarlo. Cuando nos pasa algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra del corazón, de dónde ningún viento podrá hacerlo desaparecer.

La señora Thompson

Al inicio del año escolar una maestra, la señora Thompson, se encontraba frente a sus alumnos de quinto grado. Como la mayoría de los maestros, ella miró a los chicos y les dijo que a todos los quería por igual. Pero era una gran mentira, porque en la fila de adelante se encontraba, hundido en su asiento, un niño llamado Jim Stoddard. La señora Thompson lo conocía desde el año anterior, cuando había observado que no jugaba con sus compañeros, que sus ropas estaban desaliñadas y que parecía siempre necesitar un baño. Con el paso del tiempo, la relación de la señora Thompson con Jim se volvió desagradable, hasta el punto que ella sentía gusto al marcar las tareas del niño con grandes tachones rojos y ponerle cero.Un día, la escuela le pidió a la señora Thompson revisar los expedientes anteriores de los niños de su clase, y ella dejó el de Jim de último. Cuando lo revisó, se llevó una gran sorpresa.
La maestra de Jim en el primer grado había escrito: “Es un niño brillante, con una sonrisa espontánea. Hace sus deberes limpiamente y tiene buenos modales; es un deleite estar cerca de él”.
La maestra de segundo grado puso en su reporte: “Jim es un excelente alumno, apreciado por sus compañeros, pero tiene problemas debido a que su madre sufre una enfermedad incurable y su vida en casa debe ser una constante lucha”.
La maestra de tercer grado señaló: “La muerte de su madre ha sido dura para él. Trata de hacer su máximo esfuerzo pero su padre no muestra mucho interés, y su vida en casa le afectará pronto si no se toman algunas acciones”.
La maestra de cuarto escribió: “Jim es descuidado y no muestra interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase”.
La señora Thompson se dio cuenta del problema y se sintió apenada consigo misma. Se sintió aún peor cuando, al llegar la Navidad, todos los alumnos le llevaron sus regalos envueltos en papeles brillantes y con preciosos listones, excepto Jim: el suyo estaba torpemente envuelto en el tosco papel marrón de las bolsas de supermercado.
Algunos niños comenzaron a reír cuando ella sacó de esa envoltura un brazalete de piedras al que le faltaban algunas, y la cuarta parte de un frasco de perfume. Pero ella minimizó las risas al exclamar: “¡Qué brazalete tan bonito!”, mientras se lo ponía y rociaba un poco de perfume en su muñeca. Jim Stoddard se quedó ese día después de clases sólo para decir: “Señora Thompson, hoy usted olió como mi mamá olía”.
Después de que los niños se fueron, ella lloró por largo tiempo. Desde ese día renunció a enseñar sólo lectura, escritura y aritmética, y comenzó a enseñar valores, sentimientos y principios. Le dedicó especial atención a Jim. A medida que trabajaba con él, la mente del niño parecía volver a la vida; mientras más lo motivaba, mejor respondía. Al final del año, se había convertido en uno de los más listos de la clase.
A pesar de su mentira de que los quería a todos por igual, la señora Thompson apreciaba especialmente a Jim. Un año después, ella encontró debajo de la puerta del salón una nota en la cual el niño le decía que era la mejor maestra que había tenido en su vida.
Pasaron seis años antes de que recibiera otra nota de Jim; le contaba que había terminado la secundaria, obteniendo el tercer lugar en su clase, y que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.
Cuatro años después la señora Thompson recibió otra carta, donde Jim le decía que, aunque las cosas habían estado duras, pronto se graduaría de la universidad con los máximos honores. Y le aseguró que ella era aún la mejor maestra que había tenido en su vida.
Pasaron cuatro años y llegó otra carta; esta vez Jim le contaba que, después de haber recibido su título universitario, había decidido ir un poco más allá. Le reiteró que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida. Ahora su nombre era más largo; la carta estaba firmada por el doctor James F. Stoddard, M.B.
El tiempo siguió su marcha. En una carta posterior, Jim le decía a la señora Thompson que había conocido a una chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años y se preguntaba si ella accedería a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio. Por supuesto, ella aceptó. Para el día de la boda, usó aquel viejo brazalete con varias piedras faltantes, y se aseguró de comprar el mismo perfume que le recordaba a Jim a su mamá. Se abrazaron, y el doctor Stoddard susurró al oído de su antigua maestra:
—Gracias por creer en mí. Gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía hacer la diferencia.
La señora Thompson, con lágrimas en los ojos, le contestó:
—Estás equivocado, Jim: fuiste tú quien me enseñó que yo podía hacer la diferencia.
No sabía enseñar hasta que te conocí.

Las experiencias (gratas y desagradables) que tenemos a lo largo de nuestras vidas marcan lo que somos en la actualidad. No juzgue a las personas sin saber qué hay detrás de ellas; deles siempre una oportunidad de cambiar su vida.

Cualquier parecido

Un recién nacido fue encontrado en la puerta del Banco Mundial al amanecer, cuando los primeros empleados llegaban a la oficina. Estos tomaron a su cargo a la criatura y presentaron el caso al presidente de la entidad, para que decidiera qué hacer. El presidente emitió el siguiente memorando:De: Presidente
Para: Recursos Humanos
Tema: NH
Acusamos recibo del informe del hallazgo de un recién nacido de origen desconocido. Formen una comisión para investigar y determinar:
a) Si el encontrado es producto doméstico de la organización.
b) Si algún empleado se encuentra envuelto en el asunto.
Después de un mes de investigaciones, la comisión envió al presidente la siguiente comunicación:
De: Comisión de investigación
Para: Presidente
Tema: NH
Después de cuatro semanas de diligente investigación, concluimos que el N.N. no tiene ninguna conexión con esta organización. Los antecedentes que fundamentan esta conclusión son los siguientes:
a) En el banco, nunca nada ha sido hecho con placer o con amor.
b) Jamás dos personas de esta organización han colaborado tan íntimamente entre sí.
c) No encontramos antecedentes concluyentes que indiquen que en esta organización alguna vez se hubiera hecho algo que tuviera ni pies ni cabeza.
d) En esta organización jamás ha sucedido alguna cosa que estuviera lista en nueve meses.

El mejor obsequio

A un amigo mío llamado David, su hermano le dio un automóvil como regalo de Navidad. Cuando David salió de su oficina, vio que un niño estaba al lado del brillante auto nuevo, admirándolo.—¿Este es su auto, señor? —preguntó.
David afirmó con la cabeza y dijo:
—Mi hermano me lo dio de Navidad.
El niño estaba asombrado.
—¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? Vaya, cómo me gustaría...
Desde luego, David sabía lo que el niño iba a decir: que le gustaría tener un hermano así. Pero lo que dijo estremeció a David de pies a cabeza.
Me gustaría poder ser un hermano así. David miró al niño con asombro e impulsivamente añadió:
—¿Te gustaría dar una vuelta en mi auto?
—¡Oh, sí, eso me encantaría!
Después de un corto paseo, el niño preguntó, con los ojos chispeantes: —Señor, ¿no le importaría que pasáramos frente a mi casa?
David sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería: enseñar a sus vecinos que podía llegar a casa en un gran automóvil. Pero, de nuevo, estaba equivocado.
—¿Se puede detener donde están esos dos escalones?—pidió el niño.
Subió corriendo y en poco rato David lo vio regresar, pero no venía rápido. Llevaba consigo a su hermanito lisiado. Lo sentó en el primer escalón y señaló hacia el auto.
—¿Lo ves? Allí está, Juan, tal como te lo dije, allí al frente. Su hermano se lo regaló de Navidad y a él no le costó ni un centavo, y algún día yo te voy a regalar uno igualito; entonces, podrás ver por ti mismo todas las cosas bonitas de los escaparates de Navidad, de las que te he hablado.
David se bajó del carro y sentó al niño enfermo en el asiento delantero. El otro niño, con los ojos radiantes, se subió en la parte de atrás, y emprendieron un paseo navideño memorable.
Esa Nochebuena, David comprendió lo que siempre le había oído decir a sus maestros y a sus padres: Hay más dicha en dar que en recibir.

El helado de vainilla

La historia comienza cuando la división de la General Motors que fabrica los autos Pontiac recibió una curiosa reclamación de un cliente:“Esta es la segunda vez que les envío una carta y no los culpo por no responder. Puedo parecerles un loco, pero el hecho es que tenemos una tradición en nuestra familia que consiste en comer helado después de cenar. Repetimos este hábito todas las noches, variando apenas el sabor del helado, y yo soy el encargado de ir a traerlo”.
“Recientemente compré un nuevo Pontiac y desde entonces las idas a la heladería se han transformado en todo un problema: siempre que compro helado de vainilla y me dispongo a regresar a casa, el carro no funciona. Si compro de cualquier otro sabor, el carro funciona normalmente. Pensarán que estoy realmente loco y no importa qué tan tonta pueda parecer mi reclamación, el hecho es que estoy muy molesto con mi Pontiac modelo 99”.
La carta generó tanta gracia entre el personal de Pontiac que el presidente de la compañía acabó recibiendo una copia. Decidió tomar en serio la reclamación y mandó a un ingeniero a entrevistarse con el cliente. Para cerciorarse del problema, fueron juntos a la heladería en el Pontiac.
El ingeniero sugirió comprar helado de vainilla, para verificar la reclamación, y efectivamente el automóvil no funcionó. Otro empleado de la General Motors volvió en los días siguientes, a la misma hora, hizo el mismo trayecto y sólo varió el sabor del helado. El auto funcionó normalmente.
El problema se convirtió en una obsesión para el ingeniero, que comenzó a hacer "experimentos" todos los días, anotando cada detalle. Después de dos semanas llegó al primer gran descubrimiento: cuando el cliente escogía helado de vainilla, gastaba menos tiempo en su compra porque ese helado estaba muy cerca del mostrador.
Examinando el vehículo, el ingeniero hizo un nuevo descubrimiento: como el tiempo de compra era mucho menor en el caso del helado de vainilla, el motor no alcanzaba a enfriarse. Por eso los vapores del combustible no se disipaban, impidiendo que el arranque del motor fuese instantáneo.
A partir de ese episodio, la General Motors cambió el sistema de alimentación de combustible del Pontiac e introdujo una modificación en todos los modelos. El autor de la reclamación obtuvo un auto nuevo, y además el arreglo del que no funcionaba cuando iba a comprar helado de vainilla.
La General Motors distribuyó un comunicado interno, exigiendo a sus empleados que tomen en serio todas las reclamaciones, incluso las más extrañas: puede ser que “una gran innovación esté detrás de un helado de vainilla”.
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* Contribución de Adriana Gaviria y Eduardo Bernal, vía Internet.

Las cicatrices de los clavos

Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar uno detrás de la puerta.El primer día, el muchacho clavó 37 clavos. Durante los días que siguieron, a medida que aprendía a controlar su temperamento, clavaba cada vez menos. Descubrió que era más fácil dominarse que clavar clavos detrás de la puerta.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Su padre le sugirió que retirara un clavo por cada día que lograra dominarse.
Los días pasaron, y pudo anunciar a su padre que no quedaban clavos por retirar. El hombre lo tomó de la mano, lo llevó hasta la puerta y le dijo:
Has trabajado duro, hijo mío, pero mira esos hoyos en la madera: nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia, dejas cicatrices como las que aquí ves. Puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero la cicatriz perdurará para siempre.
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* Contribución de Sonia Garay Garay, Valparaíso, Chile, 22 de enero de 2002.

El soldado amigo

Un soldado le dijo a su teniente:—Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo.
—Permiso denegado —replicó el oficial—. No quiero que arriesgue su vida por un hombre que probablemente ha muerto.
El soldado, sin hacer caso, salió. Una hora más tarde regresó, mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso:
—¡Le dije que había muerto! Dígame: ¿merecía la pena ir allá para traer un cadáver?
Y él soldado, casi moribundo, respondió:
—¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “¡Estaba seguro de que vendrías!”

Un amigo es aquel que llega cuando todo el mundo se ha ido.
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* Contribución de Zac Holland, 22 de enero de 2002.

La renovación del águila

El águila es una de las aves de mayor longevidad: llega a vivir setenta años. Pero, para alcanzar esa edad, a los cuarenta debe tomar una difícil decisión. En ese momento sus uñas están apretadas y flexibles, por lo cual no consigue capturar sus presas. El pico, largo y puntiagudo, se curva, apuntando hacia el pecho. Las alas están envejecidas y pesadas, y las plumas se han engrosado. Volar y alimentarse le resulta entonces muy difícil.Tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentar un doloroso proceso de renovación que dura ciento cincuenta días. Este consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, en un nido cercano a un paredón, en donde no tenga la necesidad de volar pero pueda conseguir alimento de pequeños roedores y lagartijas.
En ese lugar, el águila comienza a picotear la pared hasta conseguir arrancarse el pico. Después deberá esperar el crecimiento de uno nuevo, con el cual desprenderá, una a una, las uñas. Cuando las nuevas uñas nacen, comenzará a desplumarse. Después de cinco meses, emprenderá su vuelo de renovación, y vivirá treinta años más.

A lo largo de la vida, muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación. Para emprender un vuelo de victoria, debemos desprendernos de costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor. Solamente libres del peso del pasado podremos avanzar.
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* Contribución de Marcos Soler, de Rotolatinos.

Mirar los obstáculos

Un reconocido maestro hindú, Osho, decía que nuestra forma de pensar se congela y nos quedamos recorriendo siempre los mismos caminos, pues la mente se fija a las cosas que pensamos. Hoy en día este fenómeno se conoce como “paradigma”.Osho daba un ejemplo. Imaginemos que vamos en bicicleta por una carretera: el aire fresco golpeándonos el rostro; los árboles, las nubes, la naturaleza, las aves, los montes lejanos... Imaginemos que de pronto vemos una gran piedra en medio del camino. Si fijamos toda nuestra atención en la piedra —es decir, en el obstáculo—, por más que sólo ocupe un breve espacio en la carretera, terminaremos chocándonos con ella.
Pensemos cuántas veces descubrimos un obstáculo en la vía y, al asumirlo como si fuera lo único, hacemos desaparecer todas las demás opciones (los árboles, las nubes, el resto del camino), dirigiéndonos irremediablemente hacia él, hacia la piedra.
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* Contribución de Vicente López, Argentina.

El círculo del odio

Un importante empresario estaba enojado y regañó al director de uno de sus negocios. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado porque había un abundante almuerzo en la mesa. La señora gritó a la empleada, que rompió un plato y le dio un puntapié al perro porque la hizo tropezar. El animal salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por allí. Cuando ella fue a la farmacia para hacerse una curación, gritó al farmacéutico porque le dolió la aplicación de la vacuna. Este hombre llegó a su casa y le gritó a su madre porque la comida no era de su agrado. La señora, manantial de amor y perdón, le acarició la cabeza mientras le decía: “Hijo querido, te prometo que mañana haré tu comida favorita. Trabajas mucho, estás cansado y hoy precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor”. Lo bendijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos. En ese momento se interrumpió el círculo del odio, al chocar con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor.___________
* Contribución de Carlos E. Morales, vía Internet.

Huellas en el corazón

Un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor: todos confirmaron, admirados, que ese corazón era perfecto, pues no se observaban en él manchas ni rasguños; coincidieron en que era el corazón más hermoso que hubieran vistoAl saberse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor convicción afirmó que el suyo era el corazón más hermoso de todo el lugar. De pronto un anciano salió de la multitud y le habló:
—¿Por qué dices eso? Tu corazón no es tan hermoso como el mío.
Con sorpresa, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices, incluso había agujeros y zonas donde faltaban trozos que habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían los bordes disparejos.El joven se echó a reír.
—Debes estar bromeando —dijo—. Comparar tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio, el tuyo es un montón de cicatrices y dolor.
—Es cierto —replicó el anciano—: tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me comprometería contigo. Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Me arranqué trozos del corazón para dárselos a cada uno de aquellos a quienes he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado trozos del suyo, que he puesto en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, se ven estos bordes disparejos, de los cuales me alegro porque me recuerdan el amor que he compartido. También hubo oportunidades en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció nada a cambio: entonces ahí quedaron estos vacíos. A pesar del dolor que las heridas me producen, me recuerdan que sigo amando a esas personas y alimentan la esperanza de que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso? —remató el anciano.
El joven permaneció en silencio, pero lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, se arrancó un trozo del corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo puso en su corazón, le quitó un trozo y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección: se notaban los bordes. El joven miró su corazón, que ya no era perfecto pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor fluía en su interior.

Y su corazón, ¿cómo es?
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* Contribución de Daniel Molina, vía Internet.

El elefante sumiso

Cuando yo era chico me encantaban los circos. Lo que más me gustaba eran los animales, y mi preferido era el elefante. Durante la función, la enorme bestia impresionaba a todos por su peso, su tamaño y su descomunal fuerza. Pero, después de la actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, uno podía encontrar al elefante detrás de la carpa principal, con una pata encadenada a una pequeña estaca clavada en el suelo. La estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado superficialmente. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo, podría arrancar la estaca y huir. El misterio era evidente: ¿por qué el elefante no huía, si podría arrancar la estaca con el mismo esfuerzo que yo necesitaría para romper un fósforo? ¿Qué fuerza misteriosa lo mantenía atado?Tenía 7 u 8 años, y todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a mis padres, maestros y tíos, buscando respuesta a ese misterio. No obtuve una coherente. Alguien me explicó que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: “Y si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?” No recuerdo haber recibido ninguna explicación satisfactoria.
Con el tiempo olvidé el misterio del elefante y de la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con personas que me daban respuestas incoherentes, por salir del paso, y, un par de veces, con personas que se habían hecho la misma pregunta. Hasta que hace unos días me encontré con una persona, lo suficientemente sabia, que me dio una respuesta que al fin me satisfizo: el elefante no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al elefantito, con solo unos días de nacido, sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento empujó, jaló y sacudió tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo hacerlo: la estaca era muy fuerte para él. Podría jurar que el primer día se durmió agotado por el esfuerzo infructuoso, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al de más allá... Hasta que un día, un terrible día, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Dejó de luchar para liberarse.

Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede hacerlo. Tiene grabado en la mente el recuerdo de sus inútiles esfuerzos de entonces, y ha dejado de luchar. Nunca más trató de poner a prueba su fuerza. Cada uno de nosotros es un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Creemos que no podemos con un montón de cosas, simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestra mente esas palabras: no puedo, nunca podré. La única manera de saber cuáles son nuestras limitaciones ahora es intentar de nuevo, poniendo en ello todo el corazón.
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* Contribución de Eduardo Bernal, vía Internet.

Amor exe

Cliente: —¿Hola? ¿Estoy hablando con el Departamento de Ayuda?Empleado: —Así es. Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
—Estuve revisando mi equipo y encontré un sistema que se llama AMOR; pero no funciona. ¿Me puede ayudar con eso?
—Seguro que sí. Pero yo no puedo instalarlo, tendrá que hacerlo usted mismo. Yo lo dirijo por teléfono, ¿le parece?
—Sí, puedo intentarlo. No sé mucho de estas cosas, pero creo que estoy listo para instalarlo. ¿Por dónde empiezo?
—El primer paso es abrir CORAZÓN. ¿Ya lo encontró?
—Sí, pero hay varios programas ejecutándose en este momento. ¿No hay problema para instalar al mismo tiempo?
—¿Cuáles son esos programas?
—Déjeme ver... Tengo DOLOR-PASADO. EXE, BAJA-ESTIMA.EXE y RESENTIMIENTO. COM ejecutándose en este momento.
—No hay problema. AMOR borrará automáticamente a DOLOR-PASADO.EXE de su sistema operativo actual. Puede que quede grabado en su memoria permanente, pero no afectará otros programas. AMOR eventualmente reemplazará al programa BAJA-ESTIMA.EXE con un módulo propietario del sistema llamado ALTA-ESTIMA.EXE. Sin embargo, tiene que eliminar completamente a RESENTIMIENTO. COM. Este programa evita que AMOR se instale adecuadamente. ¿Lo puede eliminar?
—No sé cómo.
—Vaya al menú INICIO y seleccione PERDÓN.EXE. Ejecútelo tantas veces como sea necesario, hasta que RESENTIMIENTO.COM haya sido borrado completamente.
—Listo. AMOR ha empezado a instalarse automáticamente. ¿Es normal?
—Sí. En breve recibirá un mensaje que dice que AMOR se mantendrá activo mientras CORAZÓN esté vigente. ¿Puede ver ese mensaje?
—Sí, lo veo. ¿Ya terminó la instalación?
—Sí, pero recuerde que sólo tiene el programa base. Necesita conectarse con otros CORAZONES para recibir actualizaciones.
—Oh, oh... Apareció un mensaje de error.
¿Qué hago? — ¿Qué dice el mensaje? —Error 412. Programa no activo en componentes internos. ¿Qué significa eso?
—No se preocupe, es un problema común. Significa que AMOR está configurado para ejecutarse en CORAZONES externos, pero no ha sido ejecutado en su propio CORAZÓN. Es una de esas cosas técnicas de la programación; en términos sencillos significa que tiene que amar su propio equipo antes de poder amar a otros.
—Entonces, ¿qué hago?
—¿Puede localizar el directorio llamado AUTOACEPTACIÓN?
—Sí, aquí lo tengo.
—Excelente, aprende rápido.
—Gracias.
—De nada. Haga clic en los siguientes archivos para copiarlos al directorio MI CORAZÓN: AUTOPERDON.DOC, AUTOESTIMA. TXT, VALOR.INF y REALIZACION.HTM. El sistema reemplazará cualquier archivo que haga conflicto y reparará cualquier programa dañado. Asegúrese de eliminar BAJA-ESTIMA.EXE y RESENTIMIENTO.COM de todos los directorios, y después borre todos los archivos temporales y la papelera de reciclaje, para que nunca más se activen.
—Entendido. ¡Hey! MI CORAZÓN se está llenando con unos archivos muy bonitos: SONRISA. MPG se despliega en mi monitor e indica que CALOR.COM, PAZ.EXE y FELICIDAD.COM se están replicando...
—Eso indica que AMOR está instalado y ejecutándose. Ya lo puede manejar. Una cosa más antes de irme...
—¿Si?
—AMOR es un software sin costo. Asegúrese de darlo, junto con sus diferentes módulos, a todas las personas que conozca y quiera. Ellas, a su vez, lo compartirán con otras, y le regresarán unos módulos agradables.
—Eso haré, gracias por la ayuda.

Armar el mundo

Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió ese santuario con la intención de ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, intentó hacer que el niño fuera a jugar en otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, procuró distraer su atención. Arrancó la hoja de una revista en la que se representaba el mundo, lo cortó en varios pedazos con unas tijeras y se lo entregó al niño con un rollo de cinta adhesiva, diciéndole:—¿Te gustan los rompecabezas? Voy a darte el mundo para arreglar. Aquí está, todo roto. ¡Mira si puedes arreglarlo bien!
Calculó que al niño le llevaría días recomponer el mapa. Pocas horas después, oyó que lo llamaba:
—¡Papá, papá, lo hice! ¡Conseguí terminar todo!
Al principio, el científico no dio crédito a las palabras del niño. Era imposible que, a su edad, hubiera recompuesto un mapa que jamás había visto. Entonces levantó los ojos de sus anotaciones, seguro de que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo: todas las piezas estaban en el sitio indicado.
—Tú no sabías cómo es el mundo, hijo, ¿cómo lo conseguiste?
—No sabía cómo es el mundo, pero cuando arrancaste la hoja de la revista, vi que por el otro lado estaba la figura de un hombre. Intenté arreglar el mundo pero no lo conseguí. Fue entonces cuando le di la vuelta a los recortes y empecé a arreglar el hombre, que yo sabía cómo era. Al terminar, volteé la hoja y vi que había arreglado el mundo.
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* Esta historia, que se escucha con frecuencia, es atribuida a Guille Barbey.

La perfección de Dios

En Brooklyn, Nueva York, hay una escuela para niños de lento aprendizaje. Algunos pasan ahí la totalidad de su vida escolar, mientras que otros son enviados a escuelas convencionales. En una cena que tuvo lugar en la escuela, el padre de Shaya, uno de estos niños, dio un discurso que jamás podrían olvidar quienes lo escucharon.“¿Dónde está la perfección en mi hijo Shaya? Toda la obra de Dios está hecha a la perfección. Pero mi niño no puede entender cosas que otros niños entienden. Mi niño no puede recordar hechos y figuras que otros niños recuerdan. ¿Dónde está, pues, la perfección de Dios?” La audiencia quedó atónita ante esta pregunta, formulada por un hombre que se veía angustiado. “Yo creo —continuó— que cuando Dios permite que vengan al mundo niños así, Su perfección radica en la forma como los demás reaccionan ante ellos”.
Luego contó una historia acerca de su hijo. Una tarde, los dos caminaban por un parque donde un grupo de niños estaba jugando béisbol. “¿Crees que me dejarán jugar?”, preguntó Shaya. Él sabía que su hijo no era para nada un atleta y que los demás no lo querrían en su equipo, pero entendió que le llamaba la atención participar en el juego porque estaba seguro de ser como todos los demás.
El padre llamó a uno de los niños y le preguntó si Shaya podía jugar. Él miró a sus compañeros de equipo y, al no obtener ninguna respuesta, tomó la decisión: “Estamos perdiendo por seis carreras y el juego está en la octava carrera. No veo inconveniente. Creo que puede estar en nuestro equipo, y trataremos de ponerlo al bate en la novena carrera”.
El señor quedó boquiabierto con la respuesta, y Shaya sonrió. Quería que lo pusieran en una base; así dejaría de jugar en corto tiempo, justo al final de la octava carrera. Pero los niños hicieron caso omiso de ello. El juego se estaba poniendo bueno, el equipo de Shaya anotó de nuevo y ahora estaba con dos outs y las bases llenas. El mejor jugador iba corriendo a base, y Shaya estaba preparado para empezar.
¿Dejaría el equipo que Shaya fuera al bate, arriesgando la oportunidad de ganar el juego? Sorpresivamente, Shaya estaba al bate. Todos pensaron que ese era el fin, pues ni siquiera sabía tomarlo. De cualquier forma, cuando Shaya estaba parado en el plato, el pitcher se movió algunos pasos para lanzar la pelota suavemente, de forma que el niño al menos pudiera hacer contacto con ella. Shaya falló. Entonces, uno de sus compañeros de equipo se acercó a él y le ayudó a sostener el bate. El pitcher dio unos pasos y lanzó suavemente. Shaya y su compañero le dieron a la pelota, que regresó inmediatamente a manos del pitcher. Este podía lanzar la pelota a primera base, ponchando a Shaya y sacándolo del juego. En vez de eso, la lanzó lo más lejos que pudo de primera base. Todos empezaron a gritar: "¡Shaya, corre a primera, corre a primera base!" Él nunca había corrido a primera base, pero todos le indicaban hacia dónde debía hacerlo.
Mientras Shaya corría, un jugador del otro equipo tenía ya la bola en sus manos. Podía lanzarla a segunda base, dejando por fuera a Shaya, pero entendió las intenciones del pitcher y la lanzó bien alto, lejos de la segunda base. Todos gritaron: “Corre a segunda, corre a segunda base!” Shaya corrió, y otros niños corrían a su lado y le daban ánimos para continuar.
Cuando Shaya tocó la segunda base, el del otro equipo paró de correr hacia él, le mostró la tercera base y le gritó: “¡Corre a tercera!” Conforme corría a tercera, los niños de los dos equipos iban corriendo junto a él, gritando todos a una sola voz: “¡Shaya, corre a cuarta!” Shaya corrió a cuarta y paró justo en el plato de home, donde los dieciocho niños lo alzaron en hombros y lo hicieron sentir un héroe: había hecho una gran carrera, había ganado el juego por su equipo.
“Aquel día —dijo el padre de Shaya, con lágrimas rodando por sus mejillas—, esos dieciocho niños mostraron con un gran nivel la perfección de Dios”.

Todos somos águilas

Un campesino fue al bosque con el objeto de atrapar un pájaro para tenerlo cautivo en su casa. Consiguió cazar un pichón de águila y lo puso en el gallinero, junto con las gallinas, donde recibía el mismo tratamiento que estas.Después de cinco años, el campesino recibió la visita de un naturalista. Mientras paseaban por el jardín, este dijo:
—Ese pájaro no es una gallina; es un águila. —Así es —contestó el campesino—. Pero yo la crié como gallina, y ya no es un águila. Se transformó en una gallina como las otras, a pesar de tener alas de casi tres metros.
—Se equivoca —replicó el naturalista—. Ella es y será siempre un águila, pues tiene corazón de águila. Ese corazón la hará volar a las alturas algún día.
—No, no —insistió el campesino—. Se convirtió en gallina, y jamás volará como águila.
Entonces decidieron hacer una prueba. El naturalista levantó el águila y la desafió:
—Ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, ¡abre tus alas y vuela...!
El águila se posó sobre el brazo extendido del naturalista. Miró distraídamente alrededor y, al ver a las gallinas allá abajo, picoteando granos, saltó junto a ellas. El campesino comentó:
—Le dije que se convirtió en gallina...
—No —insistió el naturalista—, es un águila. Y un águila será siempre un águila. Haremos mañana un nuevo experimento.
Al día siguiente, el naturalista se subió al techo de la casa, con el águila, y le susurró: —Ya que eres un águila, ¡abre tus alas y vuela!
De nuevo, el águila vio a las gallinas picoteando el suelo, y saltó junto a ellas. El campesino sonrió y volvió a la carga:
—Se lo dije: ¡se convirtió en gallina!
—No —respondió firmemente el naturalista—. Es un águila, y siempre tendrá corazón de águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron bien temprano. Llevaron al águila a las afueras de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, en lo alto de una montaña. El sol naciente doraba los picos de la cordillera. El naturalista levantó el animal y le ordenó:
—Ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, ¡abre tus alas y vuela!
El ave miró alrededor. Temblaba, como si se enfrentara a una nueva vida. Pero no voló. Entonces, el naturalista la tomó firmemente, la puso en dirección al sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la vastedad del horizonte, y la arrojó al vacío. En ese momento, el águila abrió sus potentes alas, graznó el típico kau kau de estas aves y se levantó, soberana, sobre sí misma. Se alejó volando, cada vez más alto, hasta confundirse con el azul del firmamento.

Todos los hombres nacemos como águilas. Pero si alguien nos hace pensar como gallinas, es posible que creamos que eso somos. Pero somos águilas, debemos aprender a volar. No nos contentemos con los granos que nos arrojan a los pies para picotear.

El anca de un caballo romano

Nos ha parecido muy interesante esta historia, porque demuestra que algunas cosas se hacen de cierta forma porque siempre se hicieron así.El ancho de las vías del ferrocarril en Estados Unidos es de 4 pies y 8,5 pulgadas. Es una magnitud bastante extraña. ¿Por qué se usa precisamente esa medida? Porque así es como se hace en Gran Bretaña, y las primeras vías férreas en Norteamérica fueron construidas por los ingleses.
¿Por qué los ingleses usaban esa magnitud? Porque los primeros ferrocarriles fueron construidos por las mismas personas que habían construido los antiguos tranvías, y esa era su medida.
¿Y por qué usaban tal cifra? Porque se valían de las mismas plantillas y herramientas que se empleaban para construir los carruajes. Esa era la distancia entre las ruedas.
¿Y por qué era exactamente esa la magnitud del espacio entre las ruedas? Porque si hubiesen usado otra medida cualquiera, los carruajes se habrían hecho pedazos en algún viejo camino inglés, ya que esa es la distancia entre los surcos (huellas dejadas por las ruedas de un carro).
¿Quién construyó esos viejos caminos? Las primeras carreteras de larga distancia en Europa, y específicamente en Inglaterra, fueron construidas por el Imperio romano, para el paso de sus legiones.
¿A qué se deben los surcos en dichos caminos? Los carros de guerra de las legiones romanas formaron, con el paso del tiempo, los surcos iniciales, que los otros tuvieron que imitar después para no destruir las ruedas de sus carruajes. Todos los carros del Imperio romano tenían el mismo espacio entre las ruedas, equivalente al tamaño de las ancas de dos caballos.
Entonces, el ancho de las vías férreas en Estados Unidos deriva de las especificaciones originales de los carros de guerra romanos.
Pero hay algo más. Las naves espaciales tienen, a los lados del tanque de combustible principal, dos grandes cohetes. Son los llamados SRB, Solid Rocket Boosters, construidos por Thiokoi en su fábrica de Utah. Los ingenieros que los diseñaron habrían preferido hacerlos un poco más anchos, pero no fue posible. Los SRB han de ser enviados por tren desde la fábrica hasta el lugar de lanzamiento de la nave. La línea férrea pasa por un túnel en las montañas, y si los cohetes fueran más anchos simplemente no cabrían. Así, el diseño de los cohetes impulsores de las naves que viajan al espacio fue determinado hace dos mil años por el tamaño de las ancas de los caballos romanos.
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* Contribución de Christian J. von Büren y Diego Lasalle.

Aprendí y decidí

Después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar.Decidí no esperar las oportunidades, sino buscarlas.
Decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución.
Decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis.
Decidí ver cada noche como un misterio a resolver.
Decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.
Aquel día descubrí que mi único rival son mis propias debilidades, y que en ellas se encuentra la mejor forma de superarme. Dejé de temer perder, y empecé a temer no ganar.
Descubrí que no era el mejor, y que quizás nunca lo fui.
Me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.
Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.
Aprendí que el mejor triunfo es tener el derecho de llamar a alguien “amigo”.
Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento, es una filosofía de vida.
Dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi tenue luz de este presente.
Aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.
Aquel día decidí cambiar muchas cosas, y aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad. Desde entonces no duermo para descansar, sino para soñar.

La marioneta

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo, y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.Daría valor a las cosas no por lo que valen, sino por lo que significan.
Dormiría poco y soñaría más; entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen, escucharía mientras los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate...
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo y me tiraría de bruces al sol, dejando al descubierto no solamente mi cuerpo, sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol.
Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti; y una canción de Serrat sería la serenata que le ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas y el encarnado beso de sus pétalos.
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida...
No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer y hombre de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A los niños les daría alas, pero dejaría que aprendiesen a volar solos.
A los viejos, a mis viejos, les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido.
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres...
He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir.
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño por vez primera el dedo de su madre, la tiene atrapada para siempre.
He aprendido que un hombre únicamente tiene derecho de mirar a otro hombre hacia abajo cuando ha de ayudarlo a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, los hombres, pero finalmente no me servirán de mucho porque cuando me guarden dentro de esta maleta con las demás marionetas, estaré muriendo...

La mariposa perdida

Dijo un niño: “Dios, habla conmigo”.Y entonces una alondra del campo cantó, pero el niño no la escuchó.
El niño exclamó: “¡Dios, háblame!”
Y un trueno resonó por todo el cielo, pero el niño no lo escuchó.
El niño miró a su alrededor y dijo: “Dios, déjame mirarte”.
Y una estrella se iluminó, radiante, pero el niño no se dio cuenta.
Y el niño gritó de nuevo: “Dios, muéstrame un milagro”.
Y una vida nació de un huevo, pero el niño no lo notó.
Llorando desesperadamente, dijo: “Tócame, Dios, para saber que estás conmigo”.
Dios se inclinó y tocó al niño. Pero él se sacudió la mariposa.

Muchas veces las cosas que pasamos por alto son aquellas que hemos estado buscando.
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* “Dios, ¿eres real?” Tomado de Internet, 5 de noviembre de 2000.

¿Quién me necesita?

Recibí una llamada telefónica de un buen amigo, que me alegró mucho.Lo primero que me preguntó fue: — ¿Cómo estás?
Sin saber por qué, le contesté: —Muy solo.
—¿Quieres que hablemos?
Le respondí que sí y añadió:
—¿Quieres que vaya a tu casa?
Dije que sí. Colgamos el teléfono y en menos de quince minutos estaba tocando a mi puerta. Yo hablé por horas de todo: mi trabajo, mi familia, mi novia, mis deudas; él, atento siempre, me escuchó. En esas se nos hizo de día. Yo estaba agotado mentalmente; me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara, me apoyara y me hiciera ver mis errores. Cuando él notó que ya me encontraba mejor, me dijo:
—Bueno, me voy, tengo que trabajar. Sorprendido, le dije:
—¿Por qué no me habías dicho que tenías que ir a trabajar? Mira la hora que es, no dormiste nada, te quité toda la noche.
Él sonrió y me dijo: —No hay problema, para eso estamos los amigos.
Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así. Lo acompañé a la puerta de mi casa y cuando caminaba hacia su automóvil, le grité desde lejos:
—Y a todo esto, ¿por qué llamaste anoche tan tarde?
Regresó y me dijo en voz baja:
—Quería darte una noticia.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
—Fui al doctor y me dijo que estoy gravemente enfermo.
Yo me quedé mudo. Él sonrió de nuevo y agregó:
—Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día.
Pasó un largo rato hasta que pude asimilar la situación, y me pregunté una y otra vez: ¿porqué cuando me preguntó cómo estaba me olvidé de él y sólo hablé de mí? ¿Cómo tuvo la fuerza para sonreírme, darme ánimos y decirme todo lo que me dijo? Esto es increíble.
Desde entonces mi vida ha cambiado: ahora soy menos dramático con mis problemas y disfruto más de las cosas buenas. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero.

El que no vive para servir no sirve para vivir. La vida es como una escalera: si uno mira hacia arriba, siempre será el último de la fila, pero si mira hacia abajo ve que hay mucha gente que quisiera estar en su lugar. Deténgase a escuchar y a ayudar a sus amigos: ellos lo necesitan.

El gusanito

Un gusanito iba caminando en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un duendecillo.—¿Hacia dónde te diriges? —le preguntó.
Sin dejar de caminar, el gusanito contestó:
—Tuve un sueño anoche: soñé que desde la cima de la gran montaña veía todo el valle. Me gustó lo que vi en el sueño, y he decidido realizarlo.
El duendecillo dijo, mientras lo veía alejarse:
—¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Para alguien tan pequeño como tú, una piedra será una montaña; un pequeño charco, el mar, y cualquier tronco, una barrera infranqueable.
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. De pronto se oyó la voz de un escarabajo: —Amigo, ¿hacia dónde te diriges con tanto empeño?
El gusanito, jadeante, contestó:
—Tuve un sueño y deseo realizarlo: subiré esa montaña y desde ahí contemplaré todo el mundo.
El escarabajo soltó una carcajada y dijo:
—Ni yo, con estas patas tan grandes, intentaría una empresa así de ambiciosa —y se quedó riéndose, mientras la oruga continuaba su camino.
Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo desistir
—¡No lo lograrás jamás! —le dijeron.
Pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir. Agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió detenerse para construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar.
—Estaré mejor aquí —fue lo último que dijo, y murió. Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del valle: había construido como tumba un monumento a la insensatez. Ese duro refugio era digno de quien había muerto por querer realizar un sueño imposible.
Una mañana en la que el sol brillaba de manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos. La concha comenzó a quebrarse y aparecieron unos ojos y una antena que no podían pertenecer a la oruga muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: una espléndida mariposa.
No había nada que decir, pues todos sabían lo que haría: se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño. El sueño por el que había vivido, había muerto y había vuelto a vivir.

Hemos sido creados para realizar nuestros sueños. Si vivimos por ellos, si intentamos alcanzarlos, si ponemos la vida y estamos seguros de que podemos, lo lograremos. Si dudamos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas.

Ganadores y perdedores

Cuando un ganador comete un error, dice: “Me equivoqué y aprendí la lección”.Cuando un perdedor comete un error, dice: “No fue mi culpa”, y se la atribuye a otros.
Un ganador sabe que el infortunio es el mejor de los maestros.
Un perdedor se siente víctima de la adversidad.
Un ganador sabe que el resultado de las cosas depende de él.
Un perdedor cree que la mala suerte existe.
Un ganador trabaja muy fuerte y se permite más tiempo para sí mismo.
Un perdedor está siempre muy ocupado, y no tiene tiempo ni para los suyos.
Un ganador enfrenta los retos uno a uno.
Un perdedor les da vueltas y vueltas y no se atreve a intentarlo.
Un ganador se compromete, da su palabra y la cumple.
Un perdedor hace promesas, no asegura nada y, cuando falla, sólo se justifica.
Un ganador dice: “Soy bueno, pero voy a ser mejor”.
Un perdedor dice: “No soy tan malo como mucha otra gente”.
Un ganador escucha, comprende y responde.
Un perdedor sólo espera hasta que le toque su turno para hablar.
Un ganador respeta a los que saben más que él y trata de aprender de ellos.
Un perdedor se resiste ante los que saben más que él y sólo se fija en sus defectos.
Un ganador se siente responsable por algo más que su trabajo.
Un perdedor no se compromete y siempre dice: “Yo sólo hago mi trabajo”.
Un ganador dice: “Debe haber una mejor forma de hacerlo”.
Un perdedor dice: “Esta es la manera en que siempre lo hemos hecho”.
Un ganador es parte de la solución.
Un perdedor es parte del problema.
Un ganador se fija en toda la pared.
Un perdedor se fija en el ladrillo que le corresponde poner.
Un ganador, como usted, comparte este mensaje con sus amigos.
Un perdedor, como los otros, se lo guarda para sí mismo.

Zanahorias, huevos y café

Así como el oro debe pasar por el fuego para ser purificado, los seres humanos necesitamos pruebas para pulir nuestro carácter. Lo más importante es cómo reaccionamos frente a ellas.Una hija se quejaba con su padre acerca de la vida. No sabía cómo seguir adelante y, cansada de luchar, estaba a punto de darse por vencida. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
El padre, un reconocido chef, la llevó a la cocina. Llenó tres ollas con agua y las puso sobre fuego fuerte. Cuando el líquido estaba hirviendo, echó zanahorias en la primera olla, un par de huevos en la segunda, y algunos granos de café en la tercera.
La hija esperó con impaciencia, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos él apagó el fuego, puso las zanahorias en un recipiente y los huevos en otro, coló el café y lo sirvió en una jarra. Mirando a su hija, le preguntó:
—Querida, ¿qué ves?
—Zanahorias, huevos y café —fue la respuesta.
Le pidió que tocara las zanahorias: estaban blandas. Luego le dijo que rompiera un huevo: estaba duro. Por último, le pidió que probara el café. Ella sonrió, mientras disfrutaba el rico aroma de la bebida. Humildemente, la joven preguntó:
—¿Qué significa esto, papá?
—Estos tres elementos —explicó él— se han enfrentado a la misma adversidad, el agua hirviendo, y cada uno ha reaccionado en forma diferente. La zanahoria, fuerte y dura, se tornó débil, fácil de deshacer. El huevo era frágil; la cáscara fina protegía su interior líquido, que después de estar en el agua hirviendo se endureció. Los granos de café transformaron al agua, convirtiéndola en la rica bebida que te reconforta y calienta. ¿Qué eres tú? —le preguntó el cocinero a su hija—. Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿eres zanahoria, huevo o grano de café?

¿Y usted, amigo lector? ¿Es como una zanahoria, que parece fuerte pero se vuelve débil cuando la adversidad la toca? ¿Es como un huevo, cuyo corazón maleable se endurece ante las penas? ¿O como un grano de café, que cambia al agua hirviente, al elemento que le causa dolor? El que es como un grano de café, reacciona mejor cuando las cosas se ponen peor.

Sólo con el tiempo

Con el tiempo, te das cuenta de que si estás al lado de una persona sólo para acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás deseando no volver a verla.Con el tiempo, te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero.
Con el tiempo, entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se ve rodeado de falsas amistades.
Con el tiempo, aprendes que disculpar cualquiera lo hace, mientras que perdonar es sólo de almas grandes.
Con el tiempo, aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado incierto para hacer planes.
Con el tiempo, aunque seas feliz con los que están a tu lado, añoras terriblemente a los que se han marchado.
Con el tiempo, aprendes que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, que extrañas, que necesitas, ya no tiene ningún sentido ante una tumba.

El círculo del noventa y nueve

Un rey muy triste tenía un sirviente que se mostraba siempre pleno y feliz. Todas las mañanas, cuando le llevaba el desayuno, lo despertaba tarareando alegres canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara, y su actitud hacia la vida era serena y alegre. Un día el rey lo mandó llamar y le preguntó:—Paje, ¿cuál es el secreto?
—¿Qué secreto, Majestad?
—¿Cuál es el secreto de tu alegría?
—No hay ningún secreto, Alteza.
—No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, estamos vestidos y alimentados, y además Su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿Cómo no estar feliz?
—Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar —dijo el rey—. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba furioso, no conseguía explicarse cómo el paje vivía feliz así, vistiendo ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le preguntó:
—¿Por qué él es feliz?
—Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.
—¿Fuera del círculo? ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
—No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
—A ver si entiendo: ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y cómo salió de él?
—Es que nunca entró.
—¿Qué círculo es ese?
El círculo del noventa y nueve.
—Verdaderamente, no entiendo nada.
—La única manera para que entendiera sería mostrárselo con hechos. ¿Cómo? Haciendo entrar al paje en el círculo. Pero, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo. Si le damos la oportunidad, entrará por sí mismo.
—¿Pero no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
—Sí se dará cuenta, pero no lo podrá evitar.
—¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos lo hará?
—Tal cual, Majestad. Si usted está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo, lo haremos. Esta noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con noventa y nueve monedas de oro.
Así fue. El sabio fue a buscar al rey y juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. El sabio guardó en la bolsa un papel que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo lo encontraste”.
Cuando el paje salió por la mañana, el sabio y el rey lo estaban espiando. El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció. La apretó contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.
El rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo una vela, y había vaciado el contenido de la bolsa. Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡una montaña de monedas de oro! El paje las tocaba, las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las juntaba y desparramaba, jugaba con ellas... Así, empezó a hacer pilas de diez monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres, cuatro, cinco pilas de diez... hasta que formó la última pila: ¡nueve monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, luego el piso y finalmente la bolsa.
“No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. “Me robaron —gritó—, me robaron, ¡malditos!” Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas. Corrió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había noventa y nueve monedas de oro. “Es mucho dinero — pensó—, pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo. Cien es un número completo, pero noventa y nueve no”.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían pequeños y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las monedas y, mirando para todos lados con el fin de cerciorarse de que nadie lo viera, escondió la bolsa entre la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien? Hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla; después, quizás no necesitaría trabajar más. Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo. Si trabajaba y ahorraba, en once o doce años juntaría lo necesario. Hizo cuentas: sumando su salario y el de su esposa, reuniría el dinero en siete años. ¡Era demasiado tiempo! Pero, ¿para qué tanta ropa de invierno?, ¿para qué más de un par de zapatos? En cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del noventa y nueve. Durante los meses siguientes, continuó con sus planes de ahorro. Una mañana entró a la alcoba real golpeando las puertas y refunfuñando.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el rey de buen modo.
—Nada —contestó el otro.
—No hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera también su bufón y juglar?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

La mayoría de nosotros hemos sido educados en esta psicología: siempre nos falta algo para estar completos, y sólo entonces podremos gozar de lo que tenemos; siempre nos faltan "cinco centavos para el peso". Nos enseñaron que la felicidad deberá esperar a completar lo que falta. Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca podemos gozar de la vida. Otra cosa sería si nos diéramos cuenta, así, de golpe, de que nuestras noventa y nueve monedas son el cien por cien de nuestra fortuna, de que no nos falta nada, de que nadie se quedó con lo nuestro. Es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que, por codicia, arrastremos el carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Un engaño para que nunca dejemos de empujar, sin ver los enormes tesoros que tenemos alrededor, aquí y ahora. Añoramos lo que nos falta y dejamos de disfrutar de lo que tenemos.
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* Contribución de Rotolatinos desde San Vicente, Argentina, a través de su página web. No se cita el autor.

Dar para recibir

Había un árabe llamado Beremis Samir, que podía hacer cualquier cosa con los números. Un día iba de viaje y halló, a mitad del camino, a tres hombres que discutían acaloradamente frente a un lote de camellos. Beremis se detuvo y les preguntó el motivo de la controversia, y uno de ellos le respondió:—Somos hermanos y recibimos estos treinta y cinco camellos como herencia de nuestro padre que acaba de fallecer. Yo, porque soy el mayor, debo quedarme, conforme a la voluntad del finado, con la mitad de los animales. Este, que es el segundo, debe recibir la tercera parte. Y aquel, el menor, la novena parte. Entonces otro de los hermanos dijo:
—¡Pero es imposible hallar la mitad exacta, y más aún la tercera y la novena partes de treinta y cinco!
Beremis Samir pensó un instante y luego, desmontando de su propio camello, lo agregó al lote de los que habían heredado los hermanos. Ellos se quedaron sorprendidos por la generosa actitud del viajero, pero aguardaron en silencio a que se explicara. Y así lo hizo, en efecto:
—Agregando mi camello a los de ustedes, hay treinta y seis. De modo que toma la mitad que te corresponde —y separó dieciocho camellos para el mayor de los hermanos.
Volviéndose al segundo, prosiguió:
—Te corresponde la tercera parte. Habiendo treinta y cinco camellos, no era posible que la recibieras, pues la tercera parte de treinta y cinco es once y pico, y los camellos no tienen pico. Pero ahora, con el camello que agregué, son treinta y seis. Ten: ahí van tus doce camellos, la tercera parte de treinta y seis.
Quedaba el hermano menor.
—A ti, según el testamento de tu padre, te corresponde la novena parte del lote. La novena parte de treinta y seis es cuatro: toma tus cuatro camellos.
Entonces, Beremis Samir hizo cuentas:
—Tú has recibido dieciocho camellos, tú doce y tú cuatro, más de lo que les correspondía, por ser la herencia de treinta y cinco camellos. Ahora sumemos: dieciocho más doce, treinta. Más cuatro, treinta y cuatro. Quiere decir que de los treinta y seis camellos, sobran dos. Uno es el que yo puse. Y el otro, el que me corresponde por haberlos ayudado a obtener lo que les correspondía —y dejando a todos los hermanos contentos, se fue con los dos camellos.

La moraleja que se descubre en este cuento es que todo cuanto damos a otros se entrega a título provisional, porque siempre la vida nos lo devuelve con creces. Si los egoístas supieran las ventajas que reporta la generosidad, serían generosos por puro egoísmo.
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* Contribución de Maribel Zupel, Santa Fe, Argentina, 13 de noviembre de 2001.

El peso del rencor

El tema del día era el resentimiento, y el maestro nos había pedido que lleváramos papas y una bolsa de plástico. Debíamos tomar una papa por cada persona a la que guardáramos resentimiento, escribir su nombre en la papa y guardarla en la bolsa. Algunas bolsas eran realmente pesadas. El ejercicio consistía en llevar la bolsa con nosotros durante una semana. Naturalmente, la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo.La incomodidad de acarrear esa bolsa en todo momento me mostró claramente el peso espiritual que cargaba a diario y me señaló que, mientras ponía mi atención en ella para no olvidarla en ningún lado, desatendía cosas más importantes. Descubrí entonces que todos tenemos papas pudriéndose en nuestra “mochila” sentimental.
Este ejercicio fue una gran metáfora del precio que pagaba a diario por mantener el resentimiento derivado de cosas pasadas, que no pueden cambiarse. Me di cuenta de que cuando dejaba de lado los temas incompletos o las promesas no cumplidas, me llenaba de resentimiento. Mi nivel de estrés aumentaba, no dormía bien y mi atención se dispersaba. Perdonar y "dejar ir" me llenó de paz, alimentando mi espíritu.
La falta de perdón es como un tóxico que tomamos a gotas cada día, hasta que finalmente termina por envenenarnos. Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro, y no nos damos cuenta de que los únicos beneficiados somos nosotros mismos.
El perdón es una declaración que puedes y debes renovar a diario. Muchas veces la persona más importante a la que tienes que perdonar es a ti mismo, por todas las cosas que no fueron de la manera como pensabas. La declaración de magnanimidad es la clave para liberarte. ¿Con qué personas estás resentido? ¿A quiénes no te es posible perdonar? ¿Eres infalible, y por eso no puedes perdonar los errores ajenos? Perdona, y así serás perdonado. Recuerda que con la vara que mides serás medido.

Aliviar nuestra carga nos da mayor libertad para movernos hacia nuestros objetivos.
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* Enviado a Ana Luisa Cid Fernández por Daniel Molina, Comodoro Rivadavia, Argentina, vía Internet.

El mensaje del anillo

El rey dijo a los sabios de la corte:—He encargado un precioso anillo.
Tengo un excelente diamante, y quiero guardar dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude también a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa bajo la piedra.
Sus oyentes eran sabios, grandes eruditos, y podrían haber escrito extensos tratados; pero componer un mensaje de pocas palabras que le pudiera ayudar al rey en un momento de desesperación era todo un desafío. Pensaron, buscaron en sus libros, pero no pudieron encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey había muerto joven y este sirviente había cuidado de él, por lo que se lo trataba como a un miembro de la familia. El monarca sentía un inmenso respeto por el anciano, y lo consultó. Este le dijo:
—No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco un mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión conocí a un místico. Era invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Guarido se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje —el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo pasó al rey—. Pero no lo leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no le encuentres salida a una situación.
Ese momento no tardó en llegar. El territorio fue invadido y el rey perdió el trono. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus adversarios lo perseguían. De pronto llegó a un lugar donde el camino se acababa y no había salida: se encontraba frente a un precipicio. Ya podía escuchar el trote de los caballos enemigos.
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y encontró el pequeño mensaje: "Esto también pasará". Mientras lo leía, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o quizá habían equivocado el camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de las bestias.
El rey se sintió profundamente agradecido con el sirviente y con el místico desconocido, pues aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió sus ejércitos y reconquistó el reino. El día que entraba victorioso a la capital, hubo una gran celebración con música y bailes. El anciano, que iba a su lado en el carro, le dijo:
—Señor, lee nuevamente el mensaje del anillo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el rey—. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi regreso. No me hallo desesperado, en una situación sin salida.
—Este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado, también es para cuando has triunfado. No es sólo para cuando eres el último, también para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará". En medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, sintió la misma paz y el mismo silencio del bosque; el orgullo había desaparecido. Entonces terminó de comprender el mensaje.
—Recuerda que todo pasa —le dijo el anciano. Ninguna situación ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la esencia misma de las cosas.
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* Contribución de María Laura Zenaldi, Banfield, Argentina, 2 de febrero de 2002.

Pesimista y optimista

El comportamiento de sus dos hijos tenía extrañados a los padres: ante la misma situación, uno reaccionaba con gran pesimismo, y el otro con marcado optimismo. Consultaron a un psicólogo, y este sometió a los chicos a una prueba. Encerró al pesimista en un cuarto con toda clase de juguetes y le dijo que hiciera con ellos cuanto quisiera. Al optimista lo llevó a un cuarto lleno de estiércol de caballo.Cuando regresó algunas horas después, encontró al primero desolado frente a los juguetes, y le preguntó qué pasaba. Recibió esta respuesta: “El columpio me golpea las piernas; las fichas del rompecabezas me dañan las manos; ese acertijo me tiene con jaqueca; y aquel videojuego me toma mucho tiempo”.
Entonces fue a ver al segundo chico, y lo encontró totalmente sucio, cubierto de porquería hasta la cabeza. Cuando le preguntó por qué estaba así, el niño le dijo: “Presiento que debajo de toda esta boñiga hay un pony, y lo estoy buscando”.
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* Pedro Medina, gerente de McDonald's en Colombia y presentador del video "Yo creo en Colombia". Versión de JLG.

Las cuentas de la vida

Un hombre entró a un cementerio con el objeto de saludar a un ser querido que estaba allí sepultado. De repente se extravió por un sendero y entró, sin darse cuenta, a un pabellón donde observó algunas lápidas con inscripciones fuera de lo común. Una de ellas decía: “Aquí yace Alphonse Duval, quien vivió meses, cuatro días y nueve horas”. En otra encontró esta leyenda: “Jamie Bruckwell, quien vivió siete años, dos meses y veinte horas”. Unos pasos más allá, otra placa rezaba: “En honor de Marthina Bhernalosky, quien vivió doce años, setenta y dos días y quince horas”.La cantidad de inscripciones de esta clase le hizo suponer que estaba en un cementerio de niños. En ese momento vio venir a uno de los encargados del lugar y le preguntó:
—¿Por qué anotan el tiempo que estos niños vivieron? ¿Por qué tantos niños muertos? ¿Acaso hay una maldición en este pueblo?
El cuidador respondió:
—En este pueblo tenemos la costumbre de entregarle una libreta a cada joven que llega a la adolescencia. En una de sus páginas debe anotar los momentos más célebres de su vida; en la otra, el tiempo que duró ese disfrute. Desde entonces, el chico registra los momentos en que goza inmensamente, y el tiempo que duró ese gozo. Casi todos describen las emociones que les produjo su primer beso, los minutos que duró y la pasión que sintieron. Registran una voz amable, un consejo recibido, y el tiempo que duraron los sentimientos a ellos asociados. El día del matrimonio, el nacimiento del primer hijo, el viaje más deseado, el encuentro repentino con alguien querido, todos son acontecimientos que se anotan en esa libreta, por lo que representan en nuestras vidas. Este es el verdadero tiempo vivido, porque existimos para ser felices, gozar de la naturaleza, ayudar y estar en paz. Lo demás no es vida.
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* Jorge Bucay. Cuentos para pensar. Recibimos este texto vía Internet, bajo el título “El buscador”.

Lo que nos aporta el Japón

Japón es un país del tamaño de Chihuahua y Aguascalientes, pero tiene ciento veintecuatro millones de habitantes, los diez bancos más grandes del mundo, los índices educativo y longevidad más altos y el índice de criminalidad más bajo. Su producto nacional es igual al de Francia, Inglaterra y Alemania sumados. ¿A qué se debe esa productividad? Es una gran historia, una gran tradición.Les voy a dar unas claves para que sean magníficos empresarios en esta nación.
Analizando las diferencias entre Japón y México, veo tres especialmente importantes: la educación, la religión y la actitud hacia la vida misma y la naturaleza.
LA EDUCACIÓN
En México se da mucho la educación instructiva, de conocimientos. A nuestros padres les preocupa la tabla de multiplicar del 5, el 6 y el 8, pero ¿y la educación formativa? ¿Qué valores son inculcados en nuestras escuelas? Entre los valores que tenemos que tomar en cuenta están la honestidad, la puntualidad y la limpieza. Estos hacen parte de la educación necesaria para un empresario de éxito.
Existen cuatro pasos para ser un empresario de excelencia: el bien ser, el bien hacer, el bien estar y el bien tener.
Primero, el “bien ser”, es decir, ser honesto, puntual y disciplinado. Por ejemplo: en esta conferencia están cerca de seiscientas personas. Si el conferencista llega diez minutos tarde, la nación está perdiendo seis mil minutos. Por eso no se puede jugar con el tiempo, y menos con el de los demás.
Otro principio fundamental es el respeto: si no es tuyo, debe ser de alguien. Si esta pluma te la encontraste en un escritorio debe ser de alguien, entonces devuélvela. Si te encuentras un reloj o un anillo y no es tuyo, debe ser de alguien; si te encuentras una cartera tirada en la calle y no es tuya, debe ser de alguien; y si te encuentras una señora en una fiesta, y no es tuya, debe ser de alguien. Si todos respetáramos estas cosas, viviríamos mejor.
Soy el fabricante de los juguetes Kay. En esta empresa no hay llaves en ningún lado. Les voy a comentar cómo conseguí a mi gente. Compraba el periódico que venden los muchachos en la tarde. Yo les daba $100, y me tenían que regresar $99.20. Muchos no me los regresaron, pero los que lo hicieron son los que actualmente tienen un porvenir, son los actuales ejecutivos y directores.
Cuando los japoneses van a cualquier exposición del mundo, regresan al hotel y, sin cámaras de video o fotografía, hacen los planos de esas máquinas y los mejoran. Yo mando a mis técnicos a exposiciones en Hamburgo y les pregunto: "¿Qué vieron?" Me contestan: “"Un oso”. “¿Y qué tiene el oso?” Les pregunto las medidas, el volumen o el material, y me lo dicen con exactitud.
Segundo, el “bien hacer”. Haz las cosas bien. Si vas a nadar, hazlo bien; si vas a estudiar, hazlo bien; y si vas a hacer el amor hoy en la noche, hazlo bien, entrégate. Las gentes que son un "bien ser" y dan a la familia y a su escuela más de lo que recibieron, llegarán al tercer paso, al "bien estar". Y quienes siguen estos tres pasos, en este orden, tarde o temprano llegarán a lograr un "bien tener". Yo les digo a los empresarios: “¿Cómo te atreves a sancionar a un trabajador que se retrasa diez minutos, mientras tú llegas dos horas tarde y en automóvil último modelo?”
LA ACTITUD ANTE LA NATURALEZA
En cada acto importante de la vida, planta un árbol: cuando te cases, cuando tengas un hijo, cuando entres a la primaria, antes de cualquier evento realmente importante, planta un árbol. Si tu papá y tu mamá plantaron un árbol cuando naciste, a ese árbol —que tiene ahora unos 20 años— lo quieres, porque significa mucho para ti. Pero si aquel árbol lo siembra el gobierno me importa un comino, y es el mismo. Por eso es importante que hagamos nuestras propias cosas, para que las amemos.
La juventud tiene que ser emprendedora. Nos quejamos de la contaminación y de la erosión, pero si cada cual plantara un árbol en cada momento importante de su vida, el país sería otro.
LA RELIGIÓN
En un programa de televisión al que me invitó Ricardo Rocha, yo hacía de traductor y Ricardo le preguntó a un grupo de empresarios japoneses:
—¿Cuál es la diferencia entre los trabajadores japoneses y los mexicanos?
Los japoneses cuchichearon entre sí, y luego se levantó el jefe y dijo:
—Hemos visitado muchas empresas mexicanas y creemos que el trabajador mexicano es mucho más hábil; pero en el día de hoy estuvimos en la Villa y nos dimos cuenta de por qué las relaciones entre los obreros y la empresa son tan deficientes. Lo que vimos en la Villa es que los dos pueblos (japoneses y mexicanos) son iguales: les gustan las peregrinaciones, las tamboras, los amuletos, los chistes, etcétera. Pero ustedes van a los templos a pedir y a esperar, y en el sintoísmo nosotros vamos a ofrecer. De igual forma, los sindicatos mexicanos presentan pliego de peticiones, y los sindicatos japoneses presentan pliego de ofrecimientos.
¡Pequeña pero gran diferencia! ¿A qué me refiero con esto? Si este año fabricamos mil autos Datsun, y ofrecemos fabricar mil doscientos el año entrante, ¿qué ofrece la empresa? Si tenemos cinco por ciento de errores en la producción y ofrecemos reducirlos a tres por ciento, ¿qué ofrece la empresa? Y sobre la base de esos ofrecimientos, las empresas japonesas han logrado cero por ciento de error y calidad total just in time, justo a tiempo. Con pliego de peticiones no es posible. Pedimos más días no laborables, más vacaciones, más aguinaldo, que mi cumpleaños me lo paguen triple...
LA ACTITUD ANTE LA VIDA
El elefante del circo Atayde, ¿por qué no escapa? ¿Por qué no es libre, como los otros elefantes? Porque le pasa lo que a muchos de nosotros cuando estábamos pequeños. A ese elefantito lo tenían atado de la pata con una cuerda y él quería ser libre y halaba y halaba. Se lastimó la piernita, le sangró y ya después le salió un callo, no sólo en la pata sino también en la cabeza: a punta de decir “no puedo”, ¡ya no puede! *
Y así hay muchos jóvenes que llegan a ser adultos y “ya no pueden” ¿Por qué? Porque desde chiquitos estuvieron escuchando todos los días: eres un bruto, eres la vergüenza de la familia, eres un malcriado, siempre te reprueban... Ese joven, ya de adulto, es como el elefante: a determinada hora sale a trabajar, da las vueltas que tiene que dar —ni una más ni una menos—, mueve la trompita, termina lo suyo y alguien se lo lleva a la paja y le trae de comer. Así son muchos empleados que nada más hacen lo esencial.
¿Qué deben hacer? Que el objetivo hoy sea ser feliz y disfrutar lo que hacen. Prepárense para que su objetivo de vida no sea que den las cinco de la tarde. ¡Qué triste! Así, hay padres de familia, maestros, empresarios, que todos los días crean fracasados. Pero también hay maestros, padres de familia, empresarios y jefes que todos los días crean triunfadores. Es muy diferente, créanme, trabajar así. Debemos cambiar la mentalidad de la gente.
Tenemos una obligación con México. ¿Por qué no crean sus propias empresas? Pero no se imaginen su primera empresa con dos hectáreas de largo. ¿Cómo empezamos todos los empresarios? Pues tenían capital, dirán. ¡No es cierto! Yo conozco a muchos libaneses, israelíes, españoles, que llegaron a esta nación con una mano adelante y otra atrás, sin amigos, sin conocer el idioma ni las costumbres, pero con fe en sí mismos y en México, y que trabajaron y trabajaron, y ahora son los empresarios de esta nación.
Pero, ¿qué pasa en el pueblo? Vean ustedes el comportamiento en el pueblo de Chiconcuac, donde sea: es la fiesta del patrono, y toda la semana de rumba... ¿Qué hacemos los mexicanos? El baile, la pereza, el trago, el guayabo. ¿Y los españoles? Abren desde las cuatro de la mañana sus panaderías, hasta las diez de la noche. ¿Y los israelíes? Trabajan y trabajan. Nosotros no, pues es la fiesta del pueblo.
¿Cuánto retira el empresario en estos quince años que nosotros como empresa tenemos en México? Ni un solo centavo. Así es como las empresas de los japoneses crecen. Hasta que cumplen veinte años, no se retira dinero ni capital. Ni la parte japonesa, ni la parte mexicana. Es pura inversión y reinversión.
Y quiero que entiendan, futuros empresarios, que cuando los jóvenes están aquí en la universidad pensando "¿qué vamos a hacer?", es como el enamoramiento. Cuando hacen el plan de negocios, es la concepción. El embarazo, cuando construyen la fábrica. Y cuando la inauguran, el nacimiento. Después ya tienen un bebito. Dentro de los tres primeros años tienen que cuidarlo a diario, con el único objetivo de hacerlo crecer. Pero en México, el ochenta y cuatro por ciento de las empresas nuevas quiebra durante los tres primeros años, porque los papás quieren que el bebito les ponga automóvil último modelo, que les dé alfombra, aire acondicionado, muebles de caoba y una secretaria rubia de minifalda.
Después viene la adolescencia, y al fin llegan a ser adultos. Es cuando las empresas japonesas empiezan repartir utilidades a los socios. Por eso hay empresas multimillonarias y empresarios pobres. La diferencia entre el sueldo del obrero de más bajo nivel y el del presidente de la compañía es ocho veces. Pero en nuestra nación, quieren hacerse ricos al segundo año con esa empresa que van a poner. Váyanse a veinte años de plazo, métanle todo lo que ganen, denle todo a ese hijo que es su empresa, y verán cómo crece. Verán cómo se hace adulto. Sí, ¿y de qué vivimos?, preguntarán. ¿De un saludo? Pueden tener salario, pero no la desangren.
Quiero terminar con un cuento que me contó mi padre. Había un bosque en el que vivían muchos animalitos. De repente se desató un incendio y todos salieron corriendo. Todos menos un gorrioncito que fue al río, mojó las alitas, voló sobre el bosque en llamas y dejó caer una gota de agua, tratando de apagar el fuego. Volvió al río, mojó las alitas, voló sobre el bosque y dejó caer algunas gotas. Un elefante que pasaba le gritó:
—¡No seas tonto! ¡Huye como todos! ¿No ves que te vas a achicharrar?
El gorrioncito se volteó y le dijo:
—Este bosque me lo ha dado todo: mi familia, mi felicidad, y le tengo tanta lealtad que no me importa morir, pero voy a tratar de salvarlo. Fue al río otra vez, mojó las alitas y revoloteó sobre el bosque, dejando caer una o dos gotas de agua.
Los dioses se compadecieron de él y dejaron caer una gran tormenta que apagó el incendio. El bosque reverdeció y todos los animalitos regresaron y volvieron a ser felices, más que antes.
Jóvenes universitarios: yo comparo a este bosque con México. Tal vez estemos en un gran incendio, en una gran crisis política, social, económica y moral, pero yo les pido que todos los días dejen caer una o dos gotas de sudor y de trabajo. Si así lo hacen, el país se los agradecerá y Dios los bendecirá.
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* Carlos P. Kasuga Osaka, director general de Yakult S.A. Resumen de la conferencia "Los aspectos más importantes de la cultura empresarial japonesa", que presentó a la Primera Convención Nacional de Emprendedores Universitarios. Banco de México, 2000. Contribución de Ricardo Cruz, Tampico, México, y Fernando Buitrago, Colombia.

Lista breve

Hay tres clases de falsedades: las mentiras, las mentiras infames y las estadísticas.
Mark Twain

Si quieres que Dios se ría, cuéntale tus planes.

Cómo aprovechar esta lectura

PRIMERA REGLA: RESPETARSiempre que use una parte de La culpa es de la vaca, y cuando sea el caso, por favor dé crédito a los autores o compiladores. Esta regla debe ser respetada por todos. Nosotros hacemos referencia del autor o de la fuente porque es el principio del respeto por la creatividad del otro lo que nos da autoridad moral para insistir en este punto.
SEGUNDA REGLA: COMPARTIR
Cada vez que crea que puede hacer pedagogía con alguna parte de La culpa es de la vaca, ¡adelante! ¿Cuántas veces en una conversación, o en una reunión social, o con su equipo de trabajo, o en su familia, usted puede ayudar a otra persona a través de parábolas, anécdotas o fábulas como las que aquí presentamos, sin necesidad de entablar largas discusiones sobre un tema que se agota con la narración misma? A veces es mejor un buen ejemplo que un mal sermón.
TERCERA REGLA: PREGUNTAR
Después de presentarle a una persona o a un grupo cualquiera de los escritos de este libro, formule preguntas abiertas. Algunas pueden ser:
  • ¿Qué reflexión o idea le evoca esta anécdota?
  • ¿Qué aplicación le ve para nuestra empresa, nuestra organización, nuestra vida personal?
  • ¿Cómo podemos aplicar lo aprendido en esta narración?
  • ¿Se parece esto a lo que vivimos cotidianamente?
Cada persona puede tomarse algunos minutos para pensar y hacer anotaciones, luego se reúne con otras cinco o seis para compartir sus reflexiones. A continuación, en una plenaria, cada grupo comparte con los demás sus conclusiones. Este sencillo ejercicio tiene una potencia enorme para el aprendizaje individual y colectivo.
Posteriormente usted, como líder del grupo, podrá aprovechar este material para enfocar la discusión y reforzar las ideas que más hayan contribuido al objetivo de su reunión.
Cuando se trata de un grupo numeroso, es muy práctico que por cada subgrupo haya una narración diferente, todas conducentes al tema de la reunión: liderazgo, comunicaciones, ética, relaciones interpersonales, etcétera. En la plenaria, cada grupo lee la narración que le correspondió y comparte sus conclusiones.
CUARTA REGLA: TOLERAR
No pretenda que los demás descubran las mismas conclusiones que usted: cada uno tendrá las propias. No descalifique las ópticas diferentes; por el contrario, asúmalas como una forma de enriquecerse. El principio de la tolerancia consiste en saber escuchar al otro, sin recriminarle sus pensamientos ni sus conductas.
QUINTA REGLA: REFLEXIONAR
La mejor manera de aprovechar este libro consiste en abrir la mente y el espíritu a la comprensión, al debate, a la discrepancia. No pretenda hacer tolerancia con dogmatismo. Relativice, vea la realidad como los demás la ven, trate de adivinar los motivos y el contexto de los otros, que son totalmente diferentes de los suyos.
SEXTA REGLA: ESCRIBIR
Si usted ha aplicado alguna parte de La culpa es de la vaca y comparte con nosotros su experiencia, podríamos ampliar para otras personas no sólo el número de anécdotas y parábolas, sino también la manera como se han aplicado en el cambio de actitudes y valores, o simplemente en el campo de la convivencia y la tolerancia.
Realizar una construcción colectiva será para nosotros una muestra de que en nuestro país, y posiblemente en el ámbito de los países hispanoparlantes, estamos buscando objetivos similares en materia de convivencia social. Por lo tanto, siéntase en total libertad de escribirnos, hacer su aporte o recomendar otras situaciones o espacios donde estas narraciones puedan utilizarse.
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* Para darnos a conocer sus impresiones sobre estas lecturas, puede comunicarse a la dirección electrónica laCulpaEsDeLaVaca@yahoo.com


Anécdotas, parábolas, fábulas
y reflexiones sobre valores

Indice de Parabolas e Historias para Educar en Valores
Extraído del sitio web: La Culpa es de la Vaca para fines educativos